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Opinión

La guerra de los currículums: cuando mentir proporciona mejor trabajo que estudiar

| Ibiza |

En esta España nuestra, envuelta en una tragicomedia constante, siempre hay algo que nos sorprende. Cuando parecía que ya lo habíamos visto todo, nuestra clase política nos ofrece un nuevo episodio digno del mejor Luis García Berlanga, demostrándonos que los títulos universitarios pierden valor y se reducen a una firma falsificada o a un simple trámite que nadie revisa... hasta que te pillan «con el carrito del helado».

Pero no pasa nada si te pillan. El caso de Noelia Núñez lo demuestra. Exdiputada del Congreso y vicesecretaria de Movilización y Reto Digital del Partido Popular durante casi dos años, le ha bastado con declarar que fue un «error», dimitir por exigencia de su partido, llorar en televisión... para ser fichada a los pocos días por una cadena de televisión nacional como tertuliana. Todo esto, a pesar de comprobarse que no tenía ni el doble grado en Derecho y Ciencias Jurídicas de la Administración, ni la licenciatura en Filología Inglesa que decía poseer. ¡Qué tiempos aquellos en que estudiar de verdad apenas te llevaba a la cola del paro!

Este escándalo ha reavivado el cruce de acusaciones entre PP y PSOE, en una batalla que no gira en torno al mérito o el esfuerzo, sino al clásico «y tú más», en un bochornoso espectáculo institucional que demuestra el desprecio generalizado de ambas formaciones por la verdad. Y es que mientras el PP ha tenido que poner a sus diputados a revisar sus currículums como si hayan vivido en la inopia o hubieran decidido mirar hacia otro lado hasta que estalló el escándalo en la red social X, en el PSOE no están mucho mejor.

Aunque el ministro de Transportes, Óscar Puente, fue quien destapó el caso de Núñez en X – donde publica decenas de tuits mientras el caos ferroviario sigue sin resolverse –, su partido tiene también ejemplos vergonzosos empezando por el del propio Puente, quien afirmó tener un máster en Dirección Política, cuando solo se trató de un curso en la Fundación Jaime Vera que gestiona el propio partido, y siguiendo con Patxi López quien aseguró haber terminado Ingeniería Industrial cuando no fue así; por Pilar Bernabé quien presumió de dos licenciaturas sin haberlas completado; por el exministro José Blanco que se decía abogado sin haber finalizado Derecho; o por la propia presidenta del partido, Cristina Narbona, quien se presentó durante años como doctora, sin serlo.

Ambos partidos han convertido la ética pública en una especie de rifa. En vez de asumir responsabilidades, se lanzan fango mutuamente, compitiendo por ver quién tiene menos vergüenza. El PP exige dimisiones ajenas sin conocer lo que tiene dentro, y el PSOE justifica «errores administrativos» mientras arrastra medias verdades desde la época de Zapatero. Todos han mentido o maquillado la realidad, pero todos se sienten con derecho a moralizar.

Ante este panorama, muchos ciudadanos se preguntan si la política aún sirve para algo en esta España nuestra en la que hay demasiadas preguntas en el aire. ¿Cómo confiar en quienes, para empezar, mienten sobre lo más básico?, ¿dónde quedó la línea roja?, ¿en qué momento dejamos de valorar el prestigio académico?, ¿cuándo comenzamos a aceptar que un cursillo valga como máster o que una carrera sin acabar se equipare a una licenciatura? Y es que esto no es un simple «error administrativo»; es una mentira sistemática, diseñada para infiltrarse en las instituciones con la tranquilidad de saber que aquí no pasa nada porque vivimos en una sociedad adormecida, donde todo se difumina entre propaganda, posverdad y aplausos televisivos.

Pero no podemos normalizarlo. Me niego a rendirme. Me niego a aceptar que, mientras algunos hemos tenido que justificar hasta el último crédito, pagar tasas, corregir letras mal escritas si queríamos presentar nuestros logros conseguidos con el sudor de nuestra frente y el esfuerzo de económico de nuestros padres y sufrir burocracia para acreditar lo que hemos estudiado, nuestros representantes puedan ocupar cargos públicos con títulos inventados, másters falsos o carreras a medio hacer.

Como bien dice el periodista Rafa Latorre, una de las reparaciones urgentes que necesita esta averiada escalera social es recuperar el prestigio de los títulos. Que la formación vuelva a reflejar esfuerzo, mérito y talento, y no sea un simple adorno en LinkedIn o una línea en la nota de prensa. Cuando un político presume de un doctorado o máster, lo hace para ganar autoridad y, nos guste o no, si no es verdad, es una estafa y una traición al votante.

Sin embargo, lo más grotesco de todo es que muchos del entorno de Noelia Núñez la ponen como ejemplo por haber dimitido, como si eso la redimiera. Dicen que «ya nadie dimite por estas cosas», como si renunciar fuese un acto heroico, casi una performance artística, y obviando que, en cuestión de días, tenía otro trabajo en una televisión dejandonos claro que en España, mentir no solo no tiene consecuencias sino que tiene recompensa. Decir la verdad no llena prime times. Aquí, falsear un currículum no escandaliza sino que, visto lo visto, impulsa carreras.

Esto no va solo de política. Va de nosotros. De si vamos a seguir tolerando que nos gobiernen quienes nos mienten desde el primer renglón. Porque si mienten con el currículum, ¿cómo no van a hacerlo con los presupuestos, la deuda, la sanidad o las pensiones? Y eso por eso que España no necesita más titulados falsos. Necesita verdad y un poco de dignidad. Necesita recordar que un título no es decoración, sino fruto del esfuerzo y la dedicación, y que en la vida real hay miles de jóvenes y no tan jóvenes con carreras, másters y doctorados luchando por llegar a fin de mes mientras que en el Congreso de los Diputados se acomodan quienes no terminaron nada, pero son expertos en hacer que la mentira salga rentable.

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