En una sociedad como la nuestra, cuya deidad más adorada son los likes en las redes sociales, que idolatra la apariencia y celebra el éxito material sin límites, sorprende que un joven apuesto, modelo e influencer como Pablo García, más conocido como Pablo Garna, lo deje todo: un ritmo de vida privilegiado, viajes por todo el mundo, dinero y reconocimiento social. Acumula más de 650.000 seguidores en Instagram y podría seguir deslumbrando sin sobresaltos, pero ha decidido escuchar otra voz, mucho más exigente y rara: la llamada de Dios. «¿De qué me sirve todo eso si en el fondo de mi corazón hay otra cosa?», se pregunta Pablo. No le falta razón. Es fácil para quienes nunca han sentido esa inquietud espiritual tildarlo de excentricidad o un capricho de influencer aburrido. Pero la decisión de Pablo, profundamente meditada —según él explica en Instagram—entraña coherencia, renuncia, compromiso y valentía. Cerrar un capítulo que vende, que da reconocimiento y confort para abrir otro que exige silencio, formación, entrega al prójimo, obediencia. Pablo opta por el camino más difícil y duro. Es una elección monumental: renunciar al ruido, la superficialidad, la apariencia, la banalidad, para encontrar lo que gran parte de la juventud no valora ni mucho ni poco: la espiritualidad y la religiosidad. Cuando estamos hartos de ver cómo muchos jóvenes idolatran a los nuevos profetas de las redes sociales, a los creadores de contenidos, Pablo explica que su corazón le exige una vida de entrega al servicio de los demás. Desde ahora mismo me confieso admirador de este joven seguidor de Jesús, que lleva años proclamando su fe y que no la oculta en su interior, sino que la muestra con orgullo, pero con humildad. Le felicito por su decisión y le deseo mucha suerte. Estamos llamados a buscar la felicidad, cada cual según su vocación. Si la suya es el sacerdocio, brindo por ello.
Muchos son los llamados y pocos los elegidos
Joan Miquel Perpinyà | Ibiza |