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La falta de profesores en las Pitiusas es un problema estructural

Una profesora y dos alumnos durante una clase | Foto: Archivo

| Ibiza |

En Ibiza y Formentera, los medios de comunicación, las familias y hasta la comunidad educativa parece que hemos normalizado que falten profesores cada vez que comienza el curso escolar. Lo damos ya casi como un hecho habitual, casi dándonos por vencidos, y perdiendo incluso nuestro derecho a la pataleta y a la indignación. Se repite prácticamente desde que llevo trabajando en Ibiza - y van ya para más de 15 años - y parece que se ha convertido en un mero problema colateral que tenemos que asumir por el supuesto privilegio de vivir en las Pitiusas, sin darnos cuenta que es la punta del iceberg de una crisis estructural que va mucho más allá de la mera educación.

La falta de docentes no es una tormenta pasajera sino el resultado de años de desidia política, de prioridades mal definidas y de un sistema que se contenta con parchear en lugar de resolver lo esencial. Cuando llegan estas fechas los medios de comunicación nos afanamos en dar cifras de cuántas plazas se han adjudicado o cuántas vacantes quedan por cubrir mientras las administraciones se empeñan en resaltar qué medidas puntuales se han aprobado. Sin embargo, casi nunca se habla de aulas sin continuidad, materias impartidas por profesionales de otra especialidad, alumnos que pierden semanas de aprendizaje o familias que ven cómo el derecho a la educación de sus hijos se erosiona poco a poco. Y es que hablar de «falta de profesores» es hablar de desigualdad y de futuro en peligro.

Por eso es del todo razonable la petición que hizo en Onda Cero el presidente de la Asociación de Directores de Ibiza y Formentera, Fran Tienda, cuando aseguró que para abordar el problema es necesario una mesa sectorial que vaya más allá de la consellería balear de Educación para que, entre otras cosas, se analice y se afronte el por qué la docencia ha perdido atractivo con salarios poco competitivos, una burocracia asfixiante, recursos insuficientes en los centros o falta de reconocimiento social. Problemas que, nos guste o no, son obstáculos que acaban minando la confianza de cualquiera, generando que muchos profesores jóvenes que entran con ilusión acaben abandonando al cabo de unos años o que estudiar Magisterio o una oposición ya no sea una opción ante otros horizontes más estables y rentables.

Y todo ello unido al hándicap que supone la falta de vivienda. Pedir a un profesor recién llegado desde la Península que con su sueldo pague alquileres que superan los mil euros al mes es, sencillamente, inviable. Lo que para cualquier trabajador es un obstáculo, para un docente destinado a una plaza en las islas es un muro infranqueable salvo que no tengas más remedio. Es, como denuncian sindicatos, docentes y directores, la gota que colma el vaso y el principal motivo por el que muchos profesores rechazan venir o se marchan al poco tiempo. En un lugar donde la hostelería paga más por trabajos temporales y ofrece alojamiento, la enseñanza queda en clara desventaja en un problema que acaban sufriendo los alumnos y las familias.

Porque al final, cada plaza que queda sin cubrir es una pérdida silenciosa para los alumnos. Significa semanas sin profesor, sustituciones improvisadas, proyectos educativos interrumpidos o que un estudiante que ya arrastra dificultades debido a planes educativos que cambian con cada signo político no reciba el apoyo que necesita. Y lo que es peor, provoca que aumente la desigualdad entre quienes pueden pagar refuerzo privado y quienes dependen únicamente del sistema público.

Avances importantes

La educación es, o debería ser, la palanca para reducir desigualdades sociales pero en las Pitiusas donde la brecha económica es tan visible entre quienes tienen acceso al lujo y quienes apenas llegan a fin de mes, esta carencia educativa resulta doblemente injusta por más que también sea de recibo reconocer lo que ha estado haciendo bien el Govern balear de Marga Prohens. Lo conseguido demuestra que hay margen de mejora cuando hay voluntad política y diálogo con la comunidad educativa, consiguiéndose pluses de muy difícil cobertura que han funcionado atrayendo docentes a plazas que antes quedaban vacías. Y eso sin olvidar que el acuerdo para aumentar los pluses de insularidad de 410 euros para Ibiza y Menorca y 615 para Formentera supone un avance histórico que permite equiparar aunque tarde a nuestros profesores con Canarias.

Tampoco podemos olvidar que ha funcionado el adelanto de las adjudicaciones de plazas a julio y es que lo que podría parecer un trámite menor se traduce en una diferencia clave con respecto a otros cursos, con profesores sabiendo antes dónde van para poder buscar alojamiento con algo más de tiempo permitiendo además que los centros lleguen al inicio de curso con plantillas más completas y menos estrés.

Avances positivos, que demuestran que si se quiere se puede y que también generan la pregunta incómoda de por qué no se ha hecho antes. Sin embargo, no hay que conformarse y no podemos seguir aceptando que la educación se gestione con parches teniendo en cuenta que los profesores son el pilar de la formación de nuestros jóvenes.

No podemos conformarnos

Por ello, hace falta una apuesta mucho más ambiciosa con salarios que hagan de la docencia una opción atractiva, menos burocracia para que los profesores dediquen su tiempo a enseñar y no a rellenar papeles, más recursos en las aulas y, sobre todo, políticas serias de vivienda que permitan vivir en las islas sin destinar la mitad del sueldo al alquiler.

Cualquier otra medida será, como hasta ahora, insuficiente, porque la educación no es un lujo ni un servicio accesorio sino la base sobre la que se construye una sociedad. Cuando no somos capaces de garantizar que cada alumno tenga un profesor cualificado en su aula desde el primer día, lo que estamos transmitiendo como sociedad es que esa dignidad básica no es una prioridad.

Si de verdad queremos un futuro mejor para Ibiza y Formentera, debemos entender que invertir en maestros no es un gasto, sino la inversión más rentable que podemos hacer. De lo contrario, seguiremos atrapados en el bucle de cada septiembre, resignados a la falta de docentes como si fuera algo natural y obviando que es la prueba más clara de nuestra falta de ambición colectiva teniendo en cuenta que, a pesar de las dificultades, los profesores y profesoras siguen al pie del cañón enseñando, acompañando y motivando a nuestros hijos. Demostrándonos que, por encima de la precariedad, la vocación puede sostener lo que la política no resuelve. Y por eso quiero terminar con un agradecimiento personal. Gracias a los docentes que cada día trabajan con mi hijo Aitor y con todos los niños y niñas de las Pitiusas. Gracias porque, más allá de los titulares y de la ineficacia institucional, sois vosotros quienes mantenéis viva la esperanza de que la educación pueda seguir siendo un camino hacia un futuro más justo y mejor.

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