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Borrones y tachaduras

Vidas truncadas en Ibiza

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Ibiza es un lugar fantástico, extraordinario, único en el mundo. Lo sabemos todos. Para mucha gente, es sinónimo de libertad, de verano interminable, con una magia y un encanto que es difícil explicar y donde todo parece posible. Pero detrás de esta imagen idílica, parcialmente una ensoñación, se esconde una realidad más oscura y en absoluto bucólica: la isla donde la juventud y la temeridad truncan demasiadas vidas de forma prematura.

El caso de David Hayes, un turista británico que quedó tetrapléjico tras un accidente de buceo acaecido el pasado 11 de julio durante sus vacaciones en la Isla, nos demuestra que la vida puede truncarse inesperada y brutalmente en un instante. Pero este caso, brillantemente narrado por Jerónimo Marín, no es excepcional ni único. Tristemente, no lo es. Cada verano, Ibiza es el escenario macabro de caídas, sobredosis, accidentes de tráfico y percances de todo tipo, que arrancan a un puñado de jóvenes sus planes de futuro, sumiendo a familiares y allegados en la más absoluta tristeza. Vidas e historias que concluyen antes de lo que debieran o que mutan trágicamente, rozando el drama.

La belleza y la magia de Ibiza de nada sirven para protegerlos del destino fatal que está trazado para ellos. Tampoco el dinero ni la posición social. Nada evita que la imprudencia, la temeridad, el desconocimiento, la inconsciencia o los excesos alumbren la tragedia. Ibiza, para los visitantes, es efímera. La misma libertad que invita a bailar hasta el amanecer, también puede ser la senda que conduce a una noche que nunca termina. La isla enseña que la intensidad no es sinónimo de eternidad. Las risas y los momentos inolvidables de disfrute sin límite, a veces se transforman en llanto en la sala de espera del hospital. Quizás la lección más dura es que la vida es delicada. La conciencia es un lujo que muchos jóvenes turistas aparcan en el calor de la fiesta, confundidos por la euforia. Ibiza, con toda su magia y su belleza, se convierte entonces en un espejo de la fragilidad humana, para recordarnos que la felicidad no puede separarse de la prudencia. Aunque en ocasiones, la lección tiene un precio demasiado alto. Sería fácil culpar únicamente a las víctimas, pues sufren las consecuencias de sus propios actos. La fiesta, el insomnio, la adrenalina, el alcohol, las drogas… los excesos, en definitiva. Pero quizás la responsabilidad sea compartida: de quienes disfrutan y de quienes podrían advertirles de ciertos peligros que muchos ignoran.

Cada vida truncada nos obliga a preguntarnos si se podría haber evitado de algún modo. Quizás algún día alguien escriba un libro con historias de vidas truncadas de turistas en Ibiza. No para sembrar miedo, sino para que se comprenda que, en este paraíso del Mediterráneo, demasiada gente pierde la vida o resulta gravemente herida por los excesos y la imprudencia. En Ibiza, la belleza y la tragedia están presentes y conviven por igual. Podrían regalar ese libro a cada turista al llegar. Que se den por avisados.

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