Paul y Arthur se conocieron en el instituto Forest Hills del barrio neoyorkino de Queens, donde comenzaron a hacer sus primeros pinitos musicales bajo la clara influencia del grupo americano The Everly Brothers. Años más tarde, y a partir de la unión de sus apellidos, se dieron a conocer ante el gran público como Simon & Garfunkel, convirtiéndose en el dúo de folk rock más importante de la década de los 60, con diez premios Grammy y con más de 100 millones de discos vendidos a sus espaldas, a pesar de sus múltiples desacuerdos y rupturas. Nos dejaron para la posteridad temas pegadizos como The Sound of Silence, canción cuya melodía es utilizada para entonar el Padre Nuestro en celebraciones religiosas, o como Mrs. Robinson, que fue incluida en la banda sonora de la película de El Graduado. Pero su lanzamiento más exitoso fue sin duda la popular Bridge over troubled wáter, traducida a nuestro idioma como Puente sobre aguas turbulentas, que fue escrita íntegramente por Simon e interpretada exclusivamente por Ganfunkel, que ocupa la posición 47 de las 500 mejores canciones de todos los tiempos según la prestigiosa revista Rolling Stone y que fue versionada en castellano años más tarde por Camilo Sesto, como también hicieran artistas de la talla de Aretha Franklin o Elvis Presley.
Su letra, que es ahora lo relevante, contiene un verdadero canto a la empatía, un valor que, entendido como la capacidad de comprender las emociones y sentimientos de los demás sintiéndolos como propios, nos conecta con la humanidad. Pero es en las grandes catástrofes, tragedias o desgracias colectivas cuando la dimensión del concepto adquiere mayor relevancia, pues es en esos momentos cuando más necesario resulta dejar de lado nuestras propias emociones para ver las cosas desde la perspectiva de las otras personas. Y es que, como cantaba de forma acertada David Civera, «empatía es ponerse en otra piel sin otra vida». Sin embargo, es precisamente lo que más se echa en falta en algunos de los dramas más sonados de los últimos tiempos. Recordemos que, cuando todo el planeta se encontraba un 11 de septiembre de 2021 ante el televisor presenciando cariacontecidos como se derrumbaban las torres gemelas de Nueva York, se jugaron ese mismo día, apenas unas horas más tarde, ocho partidos de Champions League, entre ellos los que disputaban los equipos españoles del Real Madrid y del Mallorca. Lo mismo sucedió el 11 de marzo de 2004 tras los atentados de Atocha en Madrid, cuando no se suspendieron los partidos de ida de los octavos de final de la Copa de la UEFA que jugaban ese mismo día los equipos españoles del Valencia, Barcelona, Villareal y Mallorca. Por si fuera poco, cuando una DANA azotó ferozmente a la Comunidad Valenciana el pasado 29 de octubre ocasionando numerosas víctimas e incalculables daños materiales, se decidió suspender exclusivamente los partidos de Liga de primera y segunda división que involucraban a equipos valencianos, disputándose con normalidad el resto de encuentros de la jornada a pesar de participar en ellos jugadores y entrenadores afectados por la desgracia.
Como ocurriera hace casi un año en la costa levantina, el cielo se rompió de forma estrepitosa el pasado 30 de septiembre en la isla de Ibiza, convirtiéndose su capital en el epicentro de unas lluvias torrenciales históricas y extraordinarias que descargaron más de 300 litros por metro cuadrado sobre sus frágiles calles e infraestructuras superando con creces los 127 litros por metro cuadrado que en pocas horas cayeron aquel ya lejano 8 de octubre de 1992. Barrios como la Marina, Es Pratet o Figueretas sufrieron graves inundaciones que dañaron severamente bajos y locales e inutilizaron centenares de vehículos en túneles y garajes. Afortunadamente no hubo que lamentar la pérdida de vidas humanas, eso es cierto. Pero no puede obviarse que gran parte de la población sufrió importantes daños en sus bienes de los que llevará tiempo reponerse. Que se lo digan al valiente del túnel de Puig d’en Valls que perdió su vehículo por salvar el de otra persona, a Ana Martínez, la mujer de 86 años que sobrevivió subida en la encimera de la cocina mientras presenciaba como se inundaba su vivienda, o a Vicente Ganesha, que vio malograrse las prendas que comercializaba en su tienda de la Marina. Como no, también a todos aquellos que fueron acogidos en el recinto ferial por el dispositivo de atención social y que, en su mayoría, lo han perdido todo.
La respuesta de los servicios de emergencias fue inmediata. A la intervención de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, Policía Local, Protección Civil y Bomberos se unió el ejército a través de la Unidad Militar de Emergencias, que esa misma tarde desembarcó en la isla y se desplegó por toda la ciudad de forma rápida, eficiente y coordinada. Menos mal. Pero lo más sorprendente resultó observar cómo mientras en la madrugada del miércoles 1 de octubre se trabajaba a destajo en la Avenida de Santa Eulalia para mitigar el destrozo con tres enormes camiones del ejercito apostados junto a diversos vehículos de otros cuerpos cuyo personal se afanaba en drenar agua de los garajes y reponer los servicios eléctricos dañados, una multitud de personas, insensibles a la desgracia, deambulaban por la zona en una particular peregrinación que, procedente de diversos locales de ocio nocturno de la ciudad, finalizaba en la cafetería de la estación marítima para proseguir con una fiesta que no se canceló ni tan siquiera una noche en la que horas antes se había vivido un drama que dejó sumida en el más absoluto desasosiego, conmoción, frustración y rabia a parte de la población local. Ya ven que en Ibiza el business es el business, porque no hubo la menor muestra de empatía por parte de estos negocios y de su clientela con las víctimas de la inundación y con el dolor de toda una población, no pudiendo llegar a concebirse cómo es posible que no se detuviera la fiesta en un territorio susceptible de ser declarado como zona catastrófica tras producirse una tragedia de tales dimensiones que requirió incluso del amplio despliegue de una unidad militar.
Tengan en cuenta que la crisis climática que atravesamos hace prever más episodios similares y con mayor frecuencia. Esperemos que, para la próxima, que la habrá, se hayan adoptado las medidas necesarias para la mejora de unas deficientes infraestructuras y, sobre todo, para que las alertas a la ciudadanía lleguen antes de que el agua supere el metro de altura inundando carreteras, bajos y garajes de forma absolutamente sorpresiva para el grueso de la población. Pero esperemos también que en las mismas circunstancias impere un mayor grado de empatía o, cuanto menos, el más elemental sentido común, algo básico que parece no abundar en un lugar en el que solo prima la juerga y la diversión. Mientras tanto, y para todos aquellos afectados que están sufriendo las consecuencias devastadoras del temporal, recuerden que, como cantaba Simon & Garfunkel en su mítica canción, «si el dolor te ahoga el alma y apenas puedes respirar, cruza el puente sobre aguas turbulentas, no te dejes arrastrar».