Ibiza y Formentera viven angustiadas. Cada tormenta, cada precipitación un poco fuerte, hace cundir el miedo entre comerciantes y ciudadanos. El mero aviso de que va a llover con intensidad hace que todo el mundo se preocupe. Según la encuesta de PIMEEF, la DANA ha ocasionado pérdidas que oscilan entre los 5.000 y los 20.000 euros para casi un 40 % de los comercios; otros tantos están mucho peor.
No es una cuestión de mala suerte, ni de un temporal aislado; es la concatenación de episodios climáticos destructivos que recuerdan que estamos ante un problema estructural. Inundaciones repetidas, maquinaria destrozada, material y género almacenado echado a perder, locales inservibles.
Más de la mitad de los negocios afirma que su actividad se vio afectada «moderadamente», casi un tercio «gravemente», y muchos negocios estacionales cerrados antes de tiempo. Habrá que habilitar recursos financieros extraordinarios para poner a disposición de los damnificados de forma urgente.
Pero a la vista de la vulnerabilidad que se percibe, eso no será suficiente. Se necesitan actuaciones en infraestructuras —drenajes, cauces, alcantarillado, canalizaciones— que eviten las inundaciones de barrios enteros y de importantes vías de comunicación. Hay que trabajar en planes de contingencia reales, con mapas de riesgo, protocolos de emergencia, responsabilidad clara de mantenimiento, inversión y supervisión. Si cada vez que llueve con fuerza nos vemos así, no queda más remedio que actuar de forma urgente y contundente. Las Pitiusas merecen vivir sin estar siempre pendientes de las alertas meteorológicas y del siguiente temporal. Urge que las instituciones pasen a la acción con proyectos concretos y un liderazgo claro, que le corresponde a la presidenta del Govern, Marga Prohens, y a los presidentes de los Consells, Vicent Marí y Óscar Portas. No queda otra.