Como sugiere el sustantivo y ratifica el adjetivo, las Fuerzas Armadas no se dedican a repartir flores por el mundo. Su función es la defensa de un territorio, usando la fuerza. Su ámbito es España aunque hoy en día, con los acuerdos internacionales firmados, podríamos decir que en realidad defienden a Europa y, sobre todo, sus valores.
Hace muchas décadas que España no está en riesgo de ser atacada, lo cual puede explicar que nuestra sociedad haya ido olvidando para qué tenemos Fuerzas Armadas. No, no están para apagar incendios, por más que se hayan inventado esta función absolutamente inusual en un ejército.
La realidad europea actual podría ilustrarnos sobre su necesidad: hoy, muchos países están rearmándose precisamente porque no ven las cosas claras sobre todo en el Este, tras la invasión de Ucrania. Aunque, siendo realistas, del flanco Sur tampoco se puede predecir nada.
Este periódico publicó la noticia de la construcción de un minipolvorín en la base aérea de Son Sant Joan. Nada relevante ni inusual: va a servir para almacenar explosivos, presumiblemente para que se encuentren más cerca de los aviones que podrían llegar a emplearlos. Explosivos, polvorines, armas convencionales, todo normal y previsible en unas Fuerzas Armadas. Los militares usan estas cosas en las guerras. Por supuesto que estas armas son un riesgo, pero si son para defender las islas, ese mínimo riesgo ¿lo tenemos que correr aquí o en cualquier otro lugar de la Península?
Cuando los políticos de Baleares conocieron la noticia, lejos de callar para disimular sus limitaciones, hablaron. Y dejaron claro que son unos patanes. El Govern del Partido Popular dijo que es una descortesía no comunicarle a las Islas el proyecto, aunque no llegaron tan lejos como Més, el partido nacionalista, para quien estamos asistiendo a una carrera armamentística. Los socialistas, que gobiernan en Madrid y que supuestamente deberían dar explicaciones políticas por esta obra menor (no llega a los dos millones de euros), defendieron la corrección del procedimiento.
Todos innecesariamente retrataron sus miserias. La construcción rutinaria de un polvorín para albergar explosivos habituales en un ejército ha provocado reacciones, lo que ya es en sí mismo ridículo. ¿No se dan cuenta que un ejército maneja armas y explosivos? ¿No ven que su competencia abarca toda España, como es obvio? Este nivel de payasadas nos va a llevar a que quieran prohibir que un avión nos sobrevuele, no sea cosa que se nos caiga encima.
Lo de Més, con una batería de preguntas parlamentarias, entra en el terreno del patetismo. No sólo por los argumentos anteriores sino porque si nos hubieran mancillado la dignidad como claman, Més no tendría más que retirar su apoyo al gobierno con el que vota día sí, día también. Sólo alguien sin ninguna vergüenza puede apoyar a un supuesto militarista y al tiempo criticarlo ante sus votantes.
Pero cualitativamente es más grave lo del Partido Popular. Porque de Més se pueden esperar estas tonterías localistas, pero el PP y el Govern deberían tener un poco de sentido común e ignorar lo irrelevante. Pero no, han sucumbido a la tentación de desgastar al PSOE criticando la descortesía de no comunicar a Baleares tal minucia, como si ellos fueran los propietarios de las Islas, como si Defensa tuviera que contar con los reyes de la taifa. La trágica realidad es que no tienen una concepción propia de estado y copian las bobadas de los nacionalistas.
Tengo la certeza de que el PSOE habría hecho exactamente lo mismo que los populares de haber estado en la oposición en Madrid: habrían dicho cualquier estupidez del mismo calibre, a ver si roban algún voto.
La noticia del polvorín sirve para ver el drama de nuestra clase política: una pandilla de personajes lamentables, sin visión, sin capacidad de comprensión, sin nivel, inservibles para liderar una comunidad de vecinos. Un político que tiene algo que decir ante un asunto tan menor como la construcción de un polvorín necesariamente ha de ser incapaz de entender cómo va una sociedad compleja, cómo funciona la economía, cómo se puede paliar el problema de la vivienda, cómo resolver la mala calidad de la enseñanza pública o cómo acabar con las listas de espera en la sanidad. Es la prueba de que estamos en manos de incompetentes y que esa enfermedad, la estulticia, se ha extendido ya a todos los niveles.
Incluso, de tantas bobadas que se dicen, han perdido el rubor de hacer pública su ignorancia e incompetencia, clamando a voz en cuello que no sirven para nada. Porque eso es lo que hicieron.
¿Tiene algún límite la degradación de nuestra política? Me temo que aún no hemos tocado fondo.