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Promoción política en lugar de promoción turística

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Londres, capital de Inglaterra. Del 4 al 6 de noviembre, en el ExCeL Exhibition Centre los principales destinos del mundo compiten por llamar la atención de turoperadores, agencias y periodistas. Es una batalla sin cuartel debido a la democratización cada vez mayor del turismo, los precios de las aerolíneas y la amplia posibilidad de oferta para elegir. Y en medio de ese ruido global, Ibiza tiene su espacio con un estand de 116 metros cuadrados, colorido, limpio y sencillo, que busca seguir convenciendo a ese mercado que es el primero a nivel internacional y el segundo tras el nacional para nuestra isla.

Sin embargo, una vez más, lo que tendría que ser promoción tranquila, se ha convertido en campo de batalla política. Un reflejo de lo que es un país como el nuestro donde hasta el más mínimo detalle se convierte en arma arrojadiza contra el adversario. Desde un bolso que lleva una niña por el hecho de ser hija de quien es hasta la forma en saludamos al sol o nos acostamos en la cama. Y en este caso, lo que deber ser una acción de estrategia turística para vendernos bien, abrir mercado y buscar turismo de calidad, se ha convertido en titulares cruzados, donde unos hablan de «éxito absoluto» y otros de «fracaso monumental». Los mismos hechos con dos versiones de dos mundos paralelos. Como si los partidos hablaran de dos ferias distintas.

Esto no es nuevo, ni sorprende, pero sí cansa. Cansa ver como la política convierte cada acción pública en una oportunidad ganar el próximo titular, de ganar, como se dice ahora, el relato. Da igual si se habla de vivienda, movilidad o promoción turística, todo se reduce a los míos o a los tuyos. A yo soy el bueno y tu el malo. En vez de remar en la misma dirección, los políticos se dedican a discutir quién lleva mejor el remo, mientras el barco avanza solo por inercia.

La World Travel Market de Londres es una de las más importantes del planeta en materia de turismo, y el mercado británico, le pese a quien le pese, sigue siendo esencial para Ibiza. Miles de visitantes del Reino Unido eligen esta isla y llenan nuestros hoteles cada año. Estar en Londres no es una frivolidad sino una necesidad y en este sentido, el Consell d’Eivissa y los ayuntamientos se esfuerzan por mostrar con mensajes medidos y estudiados y analizados hasta el mínimo detalles una Ibiza más sostenible y por atraer un turismo familiar, cultural, gastronómico, deportivo o activo que, precisamente no es el habitual de entre los que vienen desde más allá del Canal de la Mancha.

Pero, ajenos a todo, unos se cuelgan medallas por «el éxito de participación y contactos» y otros denuncian «fotos vacías» y «ausencia de estrategia común», demostrando, una vez más, que la política actual es una guerra de bandos. Porque en España, y en Ibiza también, ya no importa lo que se hace, sino quién lo hace. Si una propuesta es buena, pero viene «del otro lado», se descalifica. Si algo sale mal, se exagera. Y en esa dinámica infantil, pierde el prestigio de los partidos y también la imagen de una isla que debería hablar con una sola voz en Londres pero que acaba sonando como una orquesta desafinada en la que cada músico toca su propio himno.

Promocionar Ibiza es necesario, pero hacerlo con seriedad, coherencia y unidad lo es aún más. No sirve de nada gastar dinero público en stands espectaculares si lo que proyectamos al mundo es una isla dividida, en la que ni siquiera sus instituciones son capaces de compartir discurso.El turismo no entiende de siglas. Los turoperadores no preguntan por quién gobierna Sant Josep o Vila sino que preguntan por conexiones aéreas, por sostenibilidad, por experiencias locales. Y mientras ellos buscan certezas, nosotros seguimos dándoles conflictos que lo único que provocan es el agotamiento de los profesionales anónimos que están al pie del cañón y el desaliento de los que creen que Ibiza tiene que tener un modelo más equilibrado. Lo que debería ser una oportunidad para avanzar juntos se convierte en otra escena de ese mismo teatro en el que la ciudadanía ya ni aplaude ni abuchea sino que solo suspira resignada.

Porque mientras aquí discutimos si el estand de Londres fue muy caro o muy barato, sobre si era muy colorido o no o sobre si se dieron o no demasiados canapés, lo que de verdad importa es cómo atraer a un turismo que venga fuera de julio y agosto, cómo atraer visitantes que prefieran cuidar el entorno antes que beber hasta que no haya un mañana o demostrar que Ibiza es mucho más que ir de blanco, sol y playa. Y eso, con una política pitiusa que, últimamente, parece más interesada en el rédito inmediato que en la visión a largo plazo, parece muy complicado. Si se gobierna o se hace oposición pensando solo en el titular llamativo, en la foto o en el público fiel, no tendremos futuro.

Porque da igual quién gobierne si la isla se hunde en la temporada baja o se desborda en la alta. Da igual quién firme la nota de prensa si el mensaje que llega al turista británico es el de una Ibiza que no sabe muy bien qué quiere ser y que vive enfrentada en el tú más. El de una isla que vive enfrentada en una trinchera ideológica que lo único que hace es ensuciar y dañar a esa Ibiza que construyen y mantienen los que ue viven aquí todo el año.

Es necesario que los políticos vayan a estas ferias pero que también entiendan a qué van. Que dejen de medir su éxito en fotos y lo hagan en resultados. Que no hay nada que hacer en Londres si antes no hemos trabajado por mejorar lo que hay en las calles de Sant Antoni, de Vila o de Santa Eulària. Porque no sirve de nada vendernos como destino turístico de referencia, buscando visitantes de debajo de las piedras, si no hay gente para acogerlos ni podemos ofrecerles una atención digna. Ibiza no necesita más discursos sobre «desestacionalización» ni más vídeos con drones sobre calas perfectas sino más política adulta, con altura de miras y que no confunda el marketing con la gestión ni el debate con la bronca. Que piense en el largo plazo y, sobre todo, en el equilibrio entre quienes viven aquí y quienes nos visitan.

Porque, al final, cuando llega el 6 de noviembre las luces se apagan y toca volver a una isla que sigue respirando cuando se van los focos y que aguanta el peso de las promesas incumplidas y los enfrentamientos inútiles. La que necesita que, de una vez por todas, la política deje de usar su nombre como campo de batalla y empiece a pronunciarlo con respeto. Porque, al final, amar Ibiza no consiste en defenderla desde un atril, sino en cuidarla entre todos, y si algún día conseguimos que esa verdad sea más fuerte que cualquier color político, quizá sí podamos decir que la promoción fue un éxito. No por lo que se vendió en Londres, sino porque conseguimos construir una isla digna, unida y, sobre todo, en paz consigo misma.

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