Los antiguos mayas practicaban el juego de la pelota, un deporte-ritual que culminaba con el sacrificio humano de los participantes para atraerse el favor de los dioses. Según la ceremonia, el partido o los historiadores, se decapitaba con honores al vencedor o se regaba la tierra con la sangre del perdedor. Un juego mortalmente serio.
Con tales sacrificios en mi inconsciente fui superado en la ronda del campeonato de backgammon del bar Anita por una hermosa al.lota, rubia vaporosa de nombre Ixchel, quien me confesó entre risas y rubores que su nombre en maya significa Diosa de la Fertilidad.
Con las tremendas obras de peatonalización San Carlos de Peralta (¡no la toques ya más, que así es la rosa!) semejaba una trinchera bélica y mi ruina ludópata tenía algo de aullido noctámbulo. Entonces recordé que por la mala fama que contagiaban los suicidas arruinados por el juego, en el casino de Montecarlo se les ocurrió seguir a los desesperados. Si no llegaban a tiempo de evitar la desgracia, los encargados tenían órdenes de meterles unas monedas en el bolsillo. Así, cuando llegaba la policía no podía asegurar que fuese una víctima arruinada por el juego. También se dice que algunos jugadores se hacían los muertos hasta que alguien les daba los sous, entonces resucitaban y regresaban al casino a jugar otra bola de ruleta.
Afortunadamente en Anita —oasis dipsómano y bar ancestral— estaba Vicente consolándonos generosamente con hierbas ibicencas, vino y una cena contundente que no distinguía entre ganadores y vencidos. Y brindamos por Susana Hill Rock, maravillosa jugadora, que siempre supo reírse tiernamente de todos nosotros.