Cada 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, repetimos eslóganes, nombres y cifras que duelen. En este 25N, no quiero repetir estadísticas sino recordar que detrás de estas noticias hay mujeres que tomaron la decisión más valiente: contar su historia y romper el silencio ante la violencia machista. Y, aunque el sistema aún tenga fallos, aunque la protección no siempre sea efectiva, aunque la sociedad siga arrastrando inercias machistas, cada mujer que habla y alza la voz contra el miedo merece que la sociedad esté a la altura. Entre todos esos nombres que nos sostienen, hay uno que resuena con fuerza: Ana Orantes.
Su testimonio, emitido en una televisión pública andaluza en diciembre de 1997, fue un acto de valentía tras 40 años de malos tratos sufridos en su matrimonio. Ojalá el precio de su sinceridad no hubiera sido su vida, pero lo fue y este país cambió para siempre. Antes de su testimonio, lo que hoy llamamos violencia machista se archivaba bajo etiquetas que minimizaban el horror: «maltrato doméstico» o «crimen pasional». Su voz nos sigue alumbrando en cada mujer que denuncia, que pide ayuda y que rompe el vínculo de la culpa y la vergüenza. Todas ellas hablan desde un lugar que muy pocos comprenden: el miedo absoluto. Miedo al agresor, miedo a no ser creída, miedo a quedarse sin recursos, miedo a que nadie responda. Y aun así, hablan. A veces en una comisaría, a veces en una consulta médica, a veces en un mensaje a una amiga, a veces en voz baja… Aquel día, esta mujer nos entregó su voz sin reservas y con una dignidad devastadora. Este mismo coraje es el que demuestran cada día las mujeres víctimas de violencia de género que quieren dejar atrás esta violencia y volver a vivir.