Llama la atención la cantidad de putos, puteros, ladrones, acosadores, inútiles, bipolares, trepas, incultos, lameculos, fariseos, hipócritas, machistas, corruptos, etcétera, etcétera. ¡Vaya tropa que tenemos al mando del gobierno! Si las estadísticas son como un bikini, es decir, muestran algo interesante pero esconden lo más importante, lo que se muestra es un retrato más podrido que el de Dorian Grey, y sin sentido de chispeante ironía o brillantes paradojas wildeanas, of course.
El retrato es escalofriante, sí, pero ¿nos asombra realmente? Hace ya décadas que el pueblo español considera a su clase política como un problema en lugar de una solución. Alegan los políticos que ellos son un reflejo de la sociedad, pero ahí también mienten. El índice de criminales es mucho mayor en las filas de sus partidos mafiosos que en la calle, que si no llevaríamos siempre navaja o colt o cinturón de castidad a la hora de comprar el pan.
Transparencia, regeneración, decencia, bla, bla, bla, pregonan los fariseos con cara más dura que el cemento armado. Comisiones de pitiminí y todo tipo de zancadillas a los que osan investigar. La democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno, absolutamente, pero si no hay control, deriva en dictadura de golfos o algo peor.
La cosa está tan podrida que urge un adelanto electoral y exigir y vigilar más a los que venzan. ¿Confianza? Ninguna, que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Pero lo peor es tanto falso al mando que miente cual bellaco, que predica como Cristo pero vive como Dios, tanto pedrito que grita que viene el lobo cuando el lobo es él.