Los chinos maestros en arte de vivir (que todavía existen pese a tanta revolución comunista), defienden como ideal una cabeza de sabio con corazón de niño. Tal vez por eso Li Po comentaba así la perplejidad de su querido taoísta: Chuang-tzu soñó una mariposa, / y ¡la mariposa era Chuang-tzu! / Una realidad está cambiando constantemente de formas: / ¡sucesos sin fin fluyen hacia la eternidad!
En nuestra cultura podríamos decir cabeza clásica y corazón romántico, que es como algunas literatas enamoradas definían al enfant terrible Byron o alguna pastora arcádica tiraba de la barba de chivo de Valle Inclán. Clasicismo y romanticismo combinados forman un cocktail que embriaga al primer sorbo para devorar la vida alegremente, como la sabiduría con la ilusión infantil. Pues ¿qué otra mejor manera hay de enfrentarse al misterio tremendo y fascinante de la vida?
Y resulta más elegante apechugar que echar culpas a cualquiera. Marx decía que la culpa era de las clases sociales; Freud echaba la culpa a los padres; los horóscopos lanzan la culpa al espacio sideral. Pero es más digno jugar en suerte la baza que nos ha tocado y reírse de todo, empezando por uno mismo. Al fin y al cabo la vida no es un problema a resolver sino una realidad que experimentar. Y lo más noble es vivir jugando, como Don Quijote, quien inventaba pasiones para ejercitarse.
¿Que no te comprenden? Bah, never complain, never explain. Quejas y explicaciones son tan absurdas como las excusas que nadie que te quiere te exigirá ni nadie que te odia se creerá. Danza, bebe y enamórate, y si pierdes, al menos sabrás que has jugado.