Bernat Joan i Marí, autor prolífico en narrativa, teatro y poesía, así como en la disciplina del ensayo, presentó la tarde de ayer en Can Ventosa su último trabajo, Mujahidí. La obra, que representa la sexta novela del catedrático en lengua y literatura catalana, se centra en la lucha de los exiliados iraníes contra el régimen teocrático de su país, mezclando elementos de novela negra y policíaca con otros históricos e incluso amorosos. El escritor ha hecho uso del conocimiento que adquirió en su etapa política por Europa, de la que cuenta historias que bien podrían servir para inspirar otro sinfín de novelas trepidantes.
Sentado en una cafetería del centro de Vila, Bernat Joan habla un poco más sobre su vertiginosa obra de acción.
—Su nuevo libro, Mujahidí, nos desplaza al Irán de las últimas décadas, al Irán actual. ¿Por qué escogió este escenario?
—Lo escogí por las relaciones que tengo con los exiliados iraníes en diversas ciudades de Europa, especialmente en Bruselas y París. Cuando trabajaba en el Parlamento Europeo tuve bastante contacto con estos exiliados pertenecientes a la Oposición Democrática, y pensé que había elementos para poder escribir una novela que prácticamente es un thriller político mezclado con una historia de amor. La acción se desarrolla, además, en muchos lugares diferentes, como Irán, Marruecos, Bélgica o Francia, haciendo uso de ambientes conocidos: casi no hago servir la invectiva.
—Entonces, ¿se trata de una obra ficticia con dosis históricas o, por el contrario, es una obra histórica que vertebra un relato ficcional?
—Es básicamente una novela negra -responde veloz el antiguo eurodiputado-, ficticia, un thriller en un contexto histórico real. Es decir, los personajes principales son inventados, las situaciones también por lo general, pero en el trasfondo hay un abanico de personajes que sí que son reales, así como algunas circunstancias como el desmantelamiento del enorme campo de refugiados que había a Irak, el campo de Ashraf. En este aspecto, la obra podría ser un ensayo.
—Usted describe Mujahidí como una novela thriller de acción. ¿Cuál es la importancia de este aspecto a la hora de contar el relato?
—Yo creo que básicamente lo que intento es esto, hacer una novela de acción en la que hay un par de cosas típicas de lo que podría ser un trabajo policíaco, además de contar con un marco histórico, entre otros tantos.
—Su trabajo ha estado prácticamente once años en elaboración. ¿Cómo ha sido el proceso de redacción?
—Ha sido totalmente intermitente -se ríe-. La idea surgió al decir: «¡Ostras! La situación del exilio iraní en Europa es tan interesante que bien se podría hacer una novela». Ensayos ya hay muchos. Luego pensé que por qué no situar una historia rocambolesca dentro, porque si haces una novela habrá que contar algo, preferiblemente inventado. La mayor parte del escrito lo elaboré en mi tiempo en Mánchester, después dejé el proyecto durante muchos años. Con los sucesos de hace meses de Mahsa Amidi, la joven iraní a la que se cargaron por no llevar velo, me dije: «Escucha, has de terminar esto». En la propia contraportada hablo de este hecho porque ha desencadenado muchas cosas.
—Este hecho ha influido mucho en la novela.
—Para mí, todo el conflicto que hay en Irán se debe a que encontramos una sociedad con gran divergencia entre el poder y la sociedad civil. El pueblo iraní cada vez tiene a más estudios, su nivel de alfabetización es de los más altos en Oriente Medio, tiene muchos medios de comunicación… Se trata de una sociedad crítica -puntúa el autor-. En cambio, hay un régimen teocrático que genera una gran conflictividad. En el mundo hay sociedades poco formadas y teocráticas como Afganistán, Pakistán o demás ejemplos. Sin embargo, si hay un grado de formación alto por parte de la sociedad y un espíritu crítico, así como una dictadura feroz, es difícil que la situación aguante. Por ejemplo, en Irán se querían presentar 87 formaciones políticas a las últimas elecciones. ¡87, nada más ni nada menos! Los ayatolás descartaron 75 y permitieron solo doce. Esta lucha va en aumento -afirma el ibicenco antes de exponer otros tantos ejemplos-. Todo ello me animó a terminar el libro.
—¿El protagonista, Ahmed, personifica de alguna manera esta lucha?
—Personifica la lucha de la oposición democrática, no de la oposición islamista, que traicionó a sus compañeros revolucionarios en el año 1979 e instauró su propio régimen. Algunos rasgos de personas que yo he conocido en Bruselas tienen que ver también con Ahmed. Por ejemplo, conocí a un joven de nacionalidad sueca, que la consiguió después de exiliarse. Hanif (este joven) perdió a toda su familia, los islamistas se cargaron a sus padres y hermanos. Con doce o trece años se encontró solo en Bruselas. Son situaciones muy bestias. Y este chaval fue capaz de graduarse en la Universidad.
—¿A estos exiliados los conoció en el Parlamento Europeo?
—Sí -responde Bernat Joan, con la taza de café vacía desde hace unos minutos-. Los conocí porque pertenecí a un grupo parlamentario que se llamaba Friends of a Free Iran. De este grupo llegué a ser vicepresidente por un tiempo -añade orgulloso-. Estábamos muy atentos a las cosas que pasaban y también manteníamos contacto con el Consejo Nacional por la Resistencia Iraní, con sede a París, que es la oposición democrática exiliada. Cuando se me presentaron pidiendo auxilio, tuve que hacerles un montón de preguntas para saber dónde me estaba metiendo. Preguntas básicas: «¿Tenéis diversos partidos políticos que formen parte del Consejo?», «¿tenéis hombres y mujeres en plena igualdad?», «¿hay minorías?», etc. Cuando el tío me dijo que había kurdos e incluso judíos, ya prácticamente habían pasado toda la criba -se ríe.
—Todo esto se dio en torno al año 2005.
—Más bien el 2004. Estuvo en el intergrup entre el 2004 y 2007, pero mantuvimos el contacto después. Hay que hacer todo lo que podamos por ellos -comenta con el rostro iluminado, tal vez por las memorias-. La primera vez que fui a verlos a su cuartel general, cuando llevaba treinta minutos en el coche, tuve que preguntarle al chófer, que era uno de los exiliados, que qué estábamos haciendo (el edificio estaba a tan solo unos diez minutos de la estación). «Estamos dando vueltas por si alguno nos persigue. Los servicios secretos iraníes se han cargado a más de 400 opositores fuera de sus fronteras». Y yo me limité a soltar un «Oh» -relata entre sonrisas a modo de quitarle peso a una grave situación-. Inspiración tengo mucha, no hay demasiada imaginación en la obra. La realidad es tan contundente que ella misma puede darte más que suficiente.
—¿Hay otros personajes sobre los que pueda hablar?
—Hay uno que es muy siniestro, que es un tío que vino a verme, un alto funcionario iraní. Yo conocí al ministro de Exteriores de Irán de aquella época (principios de los 2000). Vino a convencerme de que estábamos ayudando a unos terroristas, sediciosos e impresentables. Estos fundamentalistas no son hermanitas de la caridad. Este se había formado en la Universidad de Londres y en la London School. Aun así, cuando le solté que según Amnistía Internacional eran el segundo país con más ejecuciones del mundo, me respondió que «eso es relativismo cultural», que no significaba lo mismo en Irán que en Europa. Allí terminamos la conversación.
—Aparte de la trama de la lucha contra la opresión, ¿qué subtramas podemos esperar en el libro?
—Bueno, tenemos una historia de amor que involucra a tres personajes. Es un aspecto de la obra que tiene su aquel, que puede llamar la atención de los lectores.
—¿Cómo describiría Mujahidí, la obra misma y el trabajo que ha realizado?
—Yo diría que es todo esto, una novela negra situada en la resistencia iraní en el exterior del país, con personajes imaginarios pero también mostrando a algunos reales, que es un recurso que siempre utiliza la novela negra. Hay quien ha dicho que los Estados Unidos de la segunda mitad del siglo XX no se entenderían sin las novelas negras que se han publicado. Te describe mejor El Padrino la mafia que no todos los tratados que puedan haberse hecho. Yo reivindico este tipo de novela para tratar cuestiones sociales porque puedes hablar de ellas con mayor libertad que no haciendo un tocho ensayístico. Tuve tentación de hacerlo, un tocho, pero creo que entra mejor una novela.