Durante el mediodía de Sant Joan, un nutrido grupo de vecinos y vecinas de Sant Carles se refugiaba en el porche engalanado de la iglesia del pueblo, buscando algo de sombra ante el aplastante calor estival. Allí esperaban el inicio de la misa en honor al nacimiento de San Juan Evangelista, una celebración singular en el calendario litúrgico. «Hoy celebramos un nacimiento, no una muerte», subrayó el párroco Josep Lluís Mollà durante la homilía, destacando el carácter excepcional de esta festividad dentro del santoral cristiano.
Sin embargo, el momento más llamativo de la jornada llegó después, cuando una quincena de carros tradicionales, engalanados para la ocasión, desfilaron por el centro del pueblo. Al paso de cada carro, Josep Lluís Mollà bendecía a los animales, protagonistas imprescindibles de esta celebración y símbolo del vínculo entre la comunidad y su entorno rural.
El hecho de que Sant Carles celebre con tanta intensidad el día de Sant Joan, más que con el carácter religioso, tiene que ver con su profunda raíz en la tradición agrícola. Así lo explicaba Juan Carlos Rosselló, concejal del pueblo: «Tradicionalmente, el día de Sant Joan ha marcado el final del año agrícola. Los animales han sido una parte fundamental del trabajo en el campo, y por eso en Sant Carles siempre se les ha agradecido su labor bendiciéndolos en esta fecha». Esta costumbre, que combina espiritualidad, gratitud y cultura popular, forma parte del patrimonio inmaterial de la isla y se mantiene viva gracias a la implicación del vecindario.
Rosselló insistió en la importancia de preservar estas tradiciones: «Mantener y recuperar este tipo de celebraciones, como también las festes de pou, es hacer pueblo». Su afirmación cobró sentido de inmediato cuando se sumó a una de las costumbres más queridas y dulces de cualquier fiesta ibicenca: el reparto de buñuelos. Recién hechos y espolvoreados con azúcar, los ofreció a vecinos, familias, curiosos y turistas, que también se acercaron a vivir la celebración como invitados improvisados.