Sant Miquel celebró su día grande con la combinación habitual de misa, procesión y ball pagès en el patio de la iglesia. Al caer en lunes, la jornada arrancó con un ambiente algo más tranquilo que otros años. La plaza estaba medio vacía al inicio de la festividad. Aun así, poco a poco se fue llenando y, para cuando comenzó la misa de las doce, ya eran decenas los vecinos que habían tomado asiento dentro del templo o esperaban en el exterior. También se dejaron ver algunos turistas sorprendidos, que se sumaron a la fiesta casi por casualidad.
El tiempo, que suele jugar malas pasadas en esta fecha, se comportó. Aunque las nubes asomaron en varios momentos y el viento se hizo notar, la lluvia no apareció.
Día del patrón
La iglesia lucía engalanada con ramas en las columnas y banderas ondeando en la entrada. Dentro, los bancos estaban ocupados principalmente por señores y señoras del pueblo, fieles a esta cita anual. Afuera, se organizaba la comitiva que marcaría el inicio de la celebración: en primer lugar, las autoridades, encabezadas por el presidente del Consell d’Eivissa, Vicent Marí, y la alcaldesa de Sant Joan, Tania Marí; tras ellos, la Colla de Balansat acompañada este año por miembros de otras collas, como la de Sant Carles, que se sumaron para reforzar el grupo; cerrando la fila, el obispo Vicente Ribas y el cuerpo religioso.
Con el sonido de flautas y castañuelas, los balladors entraron en la iglesia mientras el coro empezaba a cantar y los fieles se ponían en pie. La misa se celebró con solemnidad y, al finalizar, llegó el turno de la procesión. El recorrido fue breve, como es costumbre, pero suficiente para que los vecinos esperaran a la salida de los santos y acompañaran el paso al ritmo de las campanas y la música de la colla.
La escena tenía un aire de reencuentro. Dos hombres comentaban lo blanca y bien cuidada que estaba la pared de la iglesia, una chica saludaba a un ballador animándole con un «dale bien al tambor», y una señora en silla de ruedas se marchaba acompañada por su cuidadora, que le ayudaba a bajar el peldaño mientras le decía «mira para abajo». Pequeñas estampas cotidianas que dan forma a la celebración tanto como los actos oficiales.
El momento más esperado llegó tras la procesión, de vuelta en el patio del templo, con el ball pagès. Allí se concentró de nuevo la multitud. Familias con niños pequeños se esforzaban por encontrar un buen sitio. Unos padres levantaban a sus hijos sobre los hombros, otros buscaban hueco entre el gentío con frases como «vamos por el costado». No faltaron los saludos entre vecinos, las fotos improvisadas y los comentarios sobre los trajes tradicionales.
Pasada la una y media del mediodía, se abrió el corro en el centro del patio y comenzaron los bailes. La colla marcó el compás con tambores, flautas y castañuelas, y los balladors se movieron con la elegancia de una tradición que se repite año tras año.
La jornada avanzó sin grandes sobresaltos, con la satisfacción de haber celebrado, un año más, al patrón del pueblo. Sant Miquel volvió a reunir a vecinos, familias y visitantes en torno a su iglesia, con el mismo esquema de siempre, pero con esos pequeños detalles que cambian cada edición y que son los que hacen que, pese a la repetición, la fiesta nunca se sienta exactamente igual.