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Tradición y devoción marcan el día grande de Sant Rafel

El pueblo celebró este viernes su día grande con misa, procesión y ball pagès frente a la iglesia

Tras la ceremonia, las figuras religiosas salieron en procesión, acompañadas por la música de sa Colla de Sant Rafel | Foto: Moisés Copa

| Sant Antoni |

Poco antes de las doce del mediodía, la plaza de Sant Rafel ya respiraba ambiente de fiesta. Frente a la iglesia, los miembros de la colla ultimaban los preparativos, como ajustar las castanyoles, repasar los tambores, recolocar una flor en el moño o atarse bien la faja. Algunos niños observaban con atención los gestos de los mayores, aprendiendo sin darse cuenta un ritual que, en el pueblo, se hereda casi por instinto.

La misa comenzaba puntual, con la iglesia llena hasta los bancos del fondo. Vecinos y vecinas, muchos vestidos de gala para la ocasión, seguían los cánticos y las palabras del obispo, Vicent Ribas, con atención. A un costado, se encontraban el president del Consell d’Eivissa, Vicent Marí, y el alcalde de Sant Antoni, Marcos Serra, junto a otras autoridades locales. Entre ellos se cruzaban saludos discretos y comentarios breves, como suele ocurrir en los días grandes de los pueblos, con momentos donde la liturgia se mezcla con la vida cotidiana.

Tras la ceremonia, las figuras religiosas salieron en procesión, acompañadas por la música de sa Colla de Sant Rafel, que marcaba el paso con el sonido de tambores y castanyoles, los instrumentos esenciales del folclore ibicenco. Las imágenes recorrieron la plaza mientras los vecinos, móviles en mano, inmortalizaban el momento. No faltó la organización: «¿Tú haces foto o vídeo?», preguntaba una mujer a su amigo. «Vídeo», respondía él. «Entonces yo haré las fotos», replicaba ella. Cada uno con su tarea, como cada año.

Unión de generaciones

De regreso a la iglesia, la atención se trasladó al espacio frente al templo, donde comenzaba uno de los momentos más esperados del día con el ball pagès. Los balladors y balladores, con sus trajes tradicionales, desplegaron un repertorio que arrancó aplausos, silencios y sonrisas entre el público. Las notas del tambor y las castañuelas llenaron la plaza, marcando un compás que parece resistir al paso del tiempo.

Entre los asistentes estaba Antònia, vecina «de toda la vida de Sant Rafel», que no se pierde una fiesta. «Es el día del pueblo, el más nuestro. Espero poder venir muchos años más», decía, mientras observaba el baile.

También se encontraban en el lugar una pareja de extranjeros, de unos treinta años, que se habían detenido con sus mochilas. «No sabíamos que era ka fiesta del pueblo, veníamos de paso», contaba ella.

Alrededor, los vecinos compartían orelletes y bunyols recién hechos, el sabor más dulce de la tradición. La jornada, dedicada al arcángel Rafael, patrón del pueblo, volvió a reunir a generaciones distintas en torno a una misma costumbre, la de celebrar juntos, mantener viva la devoción y disfrutar del reencuentro.

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