Juana López (1957) podría presumir de que su trabajo ha sido exhibido en las mejores salas de exposiciones y cuelga en las casas de buena parte de los vecinos de Vila. No en vano lleva toda la vida ejerciendo el oficio que heredó de su padre, es marquetera y sigue ejerciendo su profesión junto a Tito, uno de sus hijos, en la tienda de arte Arteria, en la calle Bartolomé Vicente Ramón.
Atiende a Periódico de Ibiza y Formentera sin soltar las herramientas mientras acaba uno de sus encargos.
¿Cuánto tiempo lleva haciendo esto?
— Desde los 14 años, que entonces era la edad que se empezaba a trabajar. Me contrató Gonell, que mi padre ya trabajaba con él. Cuando murió Gonell mi padre se quedó la cristalería con mi hermano, más tarde también se unió mi otro hermano. Yo lo dejé un tiempo cuando tuve a los niños, pero igualmente me iba pasando a echar una mano. Cuando los chavales ya fueron al cole volví a trabajar, y desde entonces.
Entonces el oficio le viene de familia.
— Sí, a mi padre lo trajeron de Murcia como oficial de cristalería. Fue el mismo Gonell quién se presentó en Murcia para buscar un profesional, necesitaba alguien que supiera hacer cuadros. Preguntó en una cristalería y le dijeron que Ángel era el mejor. Esto era marzo de 1963, y en abril ya fuimos a Ibiza toda la familia. Entonces mi padre sabía hacer de todo, también hacían espejos y los plateaban, era impresionante.
¿Sería uno de los primeros oficiales cristaleros de Ibiza?
— No sé si el primero, pero al menos fue el primero en poner puertas de cristal en los hoteles. Por aquel entonces era algo muy moderno e innovador, nadie sabía hacerlo. Era la época de los hoteles, cuando los estaban construyendo, y mi padre fue el primero. Tendrías que ver el motocarro con el que llevaban los cristales a los hoteles (acto seguido Juana muestra una foto, enmarcada, por supuesto, en la que aparece su padre junto al motocarro).
Entiendo que te gusta tu oficio
— Tener un trabajo que te gusta y con el que disfrutas es lo mejor del mundo. Hay quién se gana la vida muy bien pero no le gusta su trabajo. Yo prefiero esto.
¿Es lo que querías ser cuando eras pequeña?
— No. Yo quería estudiar medicina, pero eso eran cosas mayores en esos tiempos. Empecé a trabajar con 14 años, a esa edad todos los hermanos empezamos a trabajar para contribuir a la familia. Me dijeron que había una plaza libre para trabajar con el viejo Gonell y para allá que me fui. Además también trabajaba los fines de semana en el hipódromo de Can Bufí, cuando lo cogió aquel americano y hacían también carreras de galgos por las noches. Entonces era corredora de apuestas. (Ríe). Estábamos en la zona VIP, dónde estaba el restaurante y nosotras subíamos para que no tuvieran que bajar a hacer las apuestas.
¿Se ganaba dinero?
— Sí, mucho. En el hipódromo, trabajando cuatro noches, ganaba más dinero que en una semana que en la cristalería en todo el mes. Piensa que nos pagaban 400 pesetas por noche, 1.600 pesetas por semana era un dineral por aquel entonces. El señor americano, el que llevaba entonces el hipódromo, solo quería chicas, y nosotras éramos una pandilla de amigas y nos contrató. Además también hacíamos carreras de caballos.
¿Una pandilla de chicas que hacía carreras de caballos? ¿Era amazona?
— ¡Pues claro, no iba a ser el caballo! (Suelta una carcajada). Hacíamos una carrera a galope tendido las chicas, y después con los trotones ya corríamos con los demás, todos juntos.
¿Ganaba alguna de carrera?
— ¡Todas!, o casi todas. Y eso que tenía un caballo del que todos se reían cuando lo veían salir: era un jerezano blanco de esos de doma. Era viejo y estaba en los huesos, pero corría como un rayo. Se llamaba Palomo.
Así que tendrá por ahí sus trofeos de equitación
— ¡Qué va!, entonces no se hacían trofeos. Todavía tengo por ahí algunos diplomas de entonces, no son más que unos papelillos viejos que ya parecen roídos por las ratas. De lo que sí tengo trofeos es de tiro olímpico, de cuando tirábamos con neumático, y sobre todo de bádminton y squash.
¿Qué trofeos ha conseguido de Bádminton y Squash?
— La verdad es que empecé tarde, pero en un par de años fui campeona de Baleares de squash, ¡ja!, y también me nombraron la mejor deportista del año y todo en 1996, ¡ja! (Se le escapa una sonora carcajada). Al año siguiente también gané en dobles mixtos y dobles femeninos en Bádminton, en individuales quedé segunda.
Es evidente que no le falta energía, pero ya tiene edad para jubilarse. ¿Tiene ganas?
— No especialmente. Lo que quiero es tener las ventajas de la jubilación, subirme al autobús y darle la vuelta a la isla gratis. También de unirme a ‘las chicas de oro', mis amigas, que muchas están jubiladas y no paran de hacer cosas y me fastidian mucho. Si echo de menos el trabajo aquí, pues vengo y le echo una mano a mi hijo. Lo que me preocupa es que sólo yo sé dónde están cada una de las 700 o 800 molduras que tenemos, y mi hijo muchas veces tiene que llamarme para preguntarme dónde está eso o lo otro.
¿Le gustaría que sus nietos continuaran con el oficio? Sería la cuarta generación.
— Lo que quieran. La verdad es que no se trata de uno de esos oficios en los que prefieres que no continúen tus hijos. Que hagan lo que quieran, pero que sean felices.