Luisa Tur (Ibiza, 1974) es, junto a su hermano Joan, la cara humana de uno de los negocios más veteranos de Vila, Delta Discos. Un negocio dedicado a la venta de música que ha sido testigo de la evolución y decadencia de esta industria a lo largo de los años.
— ¿En estos tiempos en los que definirse como vendedora de música suena anacrónico, cómo se definiría?
— Yo me defino como camaleón (ríe), porque me adapto a todo. Que no es lo mismo que aceptar cualquier cosa con la cabeza baja, me refiero a que soy capaz de verle la parte positiva hasta a un cagarro en la acera. Laboralmente también me he sabido adaptar en los tiempos en los que vendíamos música por un tubo, trabajar en verano y descansar y preparar la temporada en invierno. Soy inquieta y me gusta hacer cosas distintas. He hecho hasta desfiles, dos o tres, de moda en la pasarela Ad Lib. Aunque debo reconocer que, aunque se portaron muy bien conmigo y aprendí mucho, ese mundo me decepcionó un poco.
— ¿Por qué le decepcionó tanto ese mundo?
— Porque me pareció muy materialista y yo soy todo lo contrario. Para que te hagas una idea: mi madre juega a la lotería y yo rezo para que no toque. Creo que el dinero es el origen de todos los problemas.
— Pensaba que usted había trabajado siempre en Delta Discos...
— Sí, desde los 16 años en la tienda antigua. Cuando decidí dejar el instituto. Pero como te decía, soy un poco camaleón y me gusta probar cosas distintas. Por ejemplo, he hecho idiomas, contabilidad, incluso me saqué la prueba de acceso a la Universidad para empezar la carrera de psicología. Maslow me inspiró en este sentido. También desarrollo mi parte creativa, con los cursos de corte y confección con los que desfilé en Ad Lib, pero ahora sobre todo desde la pintura. Me apunté a un curso de pintura y el oler el óleo me di cuenta de que era lo que me gustaba y me fui a aprender a la Massana.
— ¿Ha pintado siempre?
— Sí, siempre he hecho mis cosas. Pero de manera interrumpida. Además cuando eres madre y crías sola (bueno, con ayuda de mis padres y de mi hermano) a dos hijos (Lucía y David) se hace muy difícil. Ahora que son mayores ya me puedo dedicar como a mí me gusta. Cada mañana, a las siete, voy al estudio y allí soy feliz.
— ¿De dónde le viene esta afición a la pintura?
— Sin ninguna duda, de mi tío y de mi abuelo. Mi tío, Pere Guasch, es un verdadero crack: es catedrático y doctor de BB.AA. en Bilbao. Pinta que te cagas, hace cerámica que te mueres, dibuja de la ostia (es doctor en perspectiva), también ha hecho documentales y música. Ahora tiene un grupo de amigos que van a tocar a los hoteles, pero es que el tío ha llegado a hacer adaptaciones de Beethoven para guitarra española.
— ¿Qué aprendió de su abuelo?
— Mi abuelo era su padre, también se llamaba Pere Guach, Periquet de Can Musson le llamaban. También era un verdadero artista y emprendedor. Cuando comenzó el turismo decoraba ánforas con un conglomerado de arena y conchas que él mismo recogía en la playa y las vendía como si fueran antiguas. También llenaba el techo de su tienda (en la calle de las farmacias) de guitarras españolas, el tío se ponía a tocar una en la puerta de la tienda y guiri que pasaba y le veía tocar, guiri que le compraba una guitarra. Mi abuela lo que hacía para los turistas eran pequeñas muñecas que ella vestía de payesa, con su emprendada y todo.
— ¿La creatividad de su abuelo se basaba en la música?
— ¡Que va!, la cosa no se quedaba ahí. Por las noches cogía las cajas de cartón que tenía por la tienda y en ellas se ponía a hacer caricaturas de la gente que había visto durante el día por la calle y le habían llamado la atención. Hacía unos dibujos alucinantes y también escribía unos cuentos preciosos. Había uno que se llamaba El Waltz, otro que era El Adiós. De hecho, los publicaba junto a sus dibujos en la prensa de aquellos tiempos, cuando le daba la gana, eso sí. También hacía dibujos más cómicos o sarcásticos. Mi tío lo recogió en un libro, si no recuerdo mal.
— ¿Tuvo mucha relación con sus abuelos y su tío?
— Sí, mis padres trabajaban muchísimo y pasábamos mucho tiempo con ellos. Recuerdo que con tres añitos hacía ganchillo con mi abuela y veía a mi abuelo dibujando. A mi tío no le veíamos tanto, vivía en Bilbao y venía de vez en cuando. Cuando venía me llevaba al ático que tenía (que luego se convirtió en el picadero de todos los nietos) y allí me enseñaba a pintar.
— ¿Qué hacían sus padres mientras estaba con sus abuelos?
— Trabajaban mucho. Mis tíos en el souvenir y mis padres vendiendo discos. Mi padre, Joan Tur, fue de los pioneros a la hora de vender música en Ibiza. Mi madre siempre cuenta que cuando éramos pequeños la dejaba a ella con mi hermano (yo no había nacido) y él se iba por los hoteles a vender discos todo el día. Luego, por las noches, tenía que ir a cobrar a las discotecas por que claro, durante el día allí no había nadie. Con el tiempo el negocio prosperó, abrimos la tienda en avenida España y yo me quedé la tienda vieja en la Marina y mi hermano y mis padres se quedaron en la grande. ¡Yo siempre he sido la separatista! (ríe).
— ¿Qué música le gustaba?
— En esos tiempos me gustaba mucho Madonna, Eros Ramazzoti, Hombres G, las bandas sonoras y sobre todo Bon Jovi. Siempre que llegaban los discos que me gustaban, aunque no nos dejaban, yo me despistaba uno para mi. A lo mejor soy de las personas que más discos ha robado en Delta, bueno no: seguro que mi hermano me gana (ríe).
— ¿La pasión por la música de su padre era meramente comercial?
— Para nada. En casa tenía todo un sistema de sonido montado alucinante. Siempre ponía música,: jazz, swig, zarzuela...
— Ha cambiado mucho el negocio de los discos. De hecho, ahora venden souvenirs.
— Así es. Antes al abrir ya había cola de gente para entrar. Me preguntaban por canciones tarareándolas y se las encontraba. Pero el negocio se fue diluyendo con el tiempo y con la piratería. Llegó un momento en el que me puse a hacer cuentas y vi que eso no se aguantaba y cambiamos el modelo. Los tiempos cambian, ¡qué vamos a hacer!.