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«Mi pasión son los gatos»

Vanessa trabaja como camarera mientras se prepara para ser auxiliar de veterinaria

Vanessa en el Centro Social de Can Bonet, en su barrio de ses Païsses.    | Toni Planells

| Ibiza |

Vanessa Planells (Ibiza, 1989) representa el mestizaje que supuso la llegada del turismo a Ibiza. De padre ibicenco y madre alemana, esta portmanyina de toda la vida trabaja como camarera en el Centro Social de Can Bonet, en ses Païsses, mientras no deja de prepararse para dedicarse a su verdadera pasión, los gatos, con sus estudios de auxiliar de veterinaria.

— ¿De dónde es usted?
— Soy de Sant Antoni, aunque llevo 11 años en ses Païsses. Me crie y estudié en Sant Antoni hasta llegar al instituto. Aunque el instituto tuve que dejarlo en tercero de la ESO.

— Tiene una combinación de apellidos exótica, ¿me habla de su familia?
— Mi padre, Bartolo Cala, es ibicenco puro, de Sant Rafel. Ahora ya está jubilado, pero se ha dedicado toda la vida a la hostelería. Desde pequeñito ya era camarero. De hecho conoció a mi madre, Astrid, trabajando como camarero. Vino de vacaciones un verano desde Colonia, se conocieron y, como se hacía antes, empezaron a mandarse cartas hasta que mi madre, dos o tres temporadas después, ya vino y se quedó.

— ¿Guardan sus padres todavía esas cartas?
— No. Las cartas las tengo yo, que lo guardo todo, cartas, fotos antiguas... reconozco que soy un poco cotilla y me las he leído todas (ríe). Son muy bonitas. Estas cosas se han perdido, se mandaban fotitos de carnet de esas antiguas.

— ¿Su madre hablaba castellano?
— No. Aprendió viendo la tele. Como no conocía a nadie por aquí, se ponía a ver la tele para aprender poco a poco.

— ¿Por qué tuvo que dejar el instituto?
— Porque me quedé embarazada con quince años. A mi hijo, Ian, lo tuve con 16. Por eso tuve que dejar el instituto. Al principio pensé que era una gastroenteritis. Me enteré de que estaba embarazada a los cuatro meses y medio.

— Supongo que la llegada de Ian le cambió la vida.
— Sí, claro. El padre ‘se fue a por tabaco' a los tres meses de haber nacido. Al año siguiente, con 17 años, ya vivía sola con mi hijo y empecé a trabajar en la Sirena. Desde entonces trabajé en muchos lados, como dependienta, como administrativa, limpiando o lo que sea. He hecho de todo, pero lo único en lo que no repetiría es trabajar en una discoteca. Prefiero trabajar en hostelería, pero en lugares más tranquilos, por ejemplo aquí, en ses Païsses, con gente del pueblo, sin tanto follón ni tanto extranjero.

— ¿Es duro ser madre soltera?
— Sí, claro. Aunque, al principio, la noticia en casa fue un poco dura, pero se lo tomaron bien. Se escandalizaron más en el pueblo (pero eso nos daba igual). Mis padres me ofrecieron todo el apoyo y ayuda. Estoy orgullosa, pero preferí apañármelas yo sola. Aunque es verdad que mi madre siempre ha estado allí, con un tupper o con lo que haga falta. El padre de Ian reapareció a los seis años, cuando yo ya me había tenido que inventar una historia para contar a mi hijo que, claro, preguntaba cuando veía a otros padres en el colegio. Fue volver a echarse novia y desaparecer de nuevo.

— ¿Me hablaría de Ian?
— Prefiero no hablar de él, que me pongo a llorar... (llora). (Se repone) Ian es un chico maravilloso e increíble. Es muy listo, muy bueno, estudia muy bien. Quería ser ingeniero automovilístico, pero empezó por abajo, estudiando mecánica y no le hizo mucha gracia. Como ha salido a mí con los animales, ahora quiere ponerse a trabajar este verano para pagarse los estudios y hacer biología marina. Si lo necesita, por él, nos mudaríamos a la península, que allí hay más salidas con esto.

— ¿A qué se refiere con que ha salido a usted con los animales?
— Que me encantan. Pero siempre me he visto mayor para ponerme a estudiar. En el confinamiento, mi chico me convenció para que me pusiera y me saqué el auxiliar de Veterinaria. Ahora solo me faltan las prácticas. Pero también estoy haciendo psicología y adiestramiento canino online. Cuando termine me gustaría especializarme en gatos. Mi pasión son los gatos. Apenas hay especialistas en gatos, muchos de perros, muchos de caballos, vacas u ovejas, pero no de gatos.

— Habla de ses Païsses con cariño, ¿ha encontrado aquí su lugar?
— La verdad es que llevo aquí (en ses Païsses) más de 11 años. Viviendo en Sant Antoni, aunque en invierno es tranquilo, los veranos son fiesta y fiesta. Te pasas la noche escuchando gritos y jaleo. Por eso prefería otro lugar más tranquilo para irme con el niño. Pero también han cambiado mucho las cosas desde que me fui a vivir sola con mi hijo. Por el primer piso al que me mudé, que era un adosado con cinco habitaciones en la bahía, pagaba 700 euros. El otro piso en el que vivía, aquí, en ses Païsses, solo tenía una habitación, pero pagaba 500 euros y estaba muy bien. Ahora, en el edificio que vivo, están cobrando hasta 1.400 euros por un piso de dos habitaciones. Si es que nos están echando de la isla.

— ¿Encontró en ses Païsses ese ‘lugar tranquilo'?
— Sí. Hasta que montaron lo de aquí arriba y ahora están cada noche con la música todos los días. Es verdad que no es música machacona, es más bien chill out, pero menos mal que tengo cristales climalit, y cierro y no me entero de nada. Eso sí, nada que ver con lo que era antes, una locura. Guiris para arriba, guiris para abajo, todos llenos de purpurina, pasaban por delante de casa (no tenía esos cristales) gritando y cantando para ir al autobús. Al salir al portal te encontrabas a alguno durmiendo allí la mona, condones usados. Imagínate, yo no dormía.

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