Toni Ribas, Toniet, (Sant Jordi, 1955) lleva más de medio siglo dedicado a la pasión que le ha movido toda su vida: la cerámica. Una dedicación que, tras haber sido alumno de grandes artistas como Toni Pomar, Joan Daifa o Gabrielet, le ha llevado a convertirse en el ceramista más influyente en Ibiza durante las últimas décadas.
—¿De dónde es usted?
—De Sant Jordi. Nací aquí mismo, en una casa muy antigua que se llama Cas Damians. Mis padres, Xicu y María, vivían allí como mayorales. Cuando tenía ocho años nos mudamos a Can Coves, la casa que construyó mi abuelo materno, Xicu. A mi abuelo lo fusilaron tras la guerra y mi abuela se tuvo que marchar a Mallorca con sus hijos, harta de que le hicieran la vida imposible. Aunque mi madre prefirió quedarse en Ibiza con una tía viuda, la tía Pepa. Todo esto siempre fue un tema tabú del que estoy conociendo más últimamente por la Memória Histórica que por lo que me contara mi madre. Por otra parte, mi padre nació en la casa de Sa Bellotera, la más antigua (con permiso de Can Xumeu) de la zona. Una casa que cuentan que estaba estigmatizada porque, en la época en la que se vendían esclavos, allí liberaron a uno y eso daba mala imagen.
—¿Dónde estudió?
—En Sant Jordi, claro. Primero en las monjas, que estaban al lado de la casa, después en la escuela pública. Había dos escuelas públicas, una para niños y otra para niñas. Más tarde, a los 11 años, fui a Artes y Oficios, tras hacer la preparatoria. Allí estuve hasta los 16 años, que fue cuando me fui a estudiar a Barcelona en la escuela de Isidre Creus. Este hombre, que llegó a ser concejal de Cultura de Sabadell. Era un gran técnico que aprendió en una época que pasó recluido con los monjes de Monserrat, que eran unos grandes ceramistas. Con él aprendí mucho sobre esmaltes, que en la Escuela de Artes de Ibiza no se conocía nada de esta disciplina.
—¿Había muchas carencias en Artes y Oficios?
—La cerámica es una disciplina que se abandonó durante mucho tiempo en toda España. Mi profesor de modelado en Artes y Oficios, no es que supiera mucho, pero era un gran profesor que nos motivaba muchísimo. Fuimos amigos toda la vida, aunque le hiciera una putada. Y es que una vez había dejado una pieza de cerámica en el horno (un águila que me quedó francamente bien), y a la vuelta no estaba. Al director, Don José Zornoza, le había gustado tanto que la quería para la escuela. Yo me emperré en que no. Que la quería yo, y Pomar (mira si era buena persona) intercedió para que me la pudiera quedar. Hice mal, porque con las mudanzas que he hecho, acabé por perderla.
—¿De dónde le vino esta vocación por la cerámica?
—No te sabría decir. Desde pequeño jugaba con barro. Es algo que llevo desde siempre. No había muchos sitios en los que poder aprender, pero tuve la suerte de que buenos ceramistas me dieran trabajo. Joan Daifa o Gabrielet, por ejemplo.
—¿Trabajó con Gabrielet en Formentera?
—Sí. Él era un hombre íntegro. No tenía prejuicios, vergüenza ni complejos. Si tuvo algún problema, fue la clarividencia que tenía. Era un hombre que nació 50 años pronto. Congeniamos mucho, si no fuera porque no lo aceptaría, te diría que le debo mucho. Le conocí cuando él iba a la Escuela a preparar unos frescos para decorar hoteles. Yo sabía que él había estudiado cerámica en Madrid y, cuando estudiaba en Barcelona, fui a visitarle a Formentera. Conversamos un buen rato, dormí en su casa y al día siguiente me dijo que tenía un encargo muy grande, me pidió que le echara una mano y así fue. Al terminar ese trabajo, estuve trabajando con Joan Daifa un par de años hasta que, un día, vino Gabrielet y me dijo que se había hecho con un horno de cerámica. Me pidió que le ayudara y estuvimos trabajando juntos unos seis años. En verano estaba con él en Formentera y los inviernos en Barcelona. Cuando llegaba a Barcelona me esperaban con una gran paella. En una de ellas, que organizó un profesor de la Escola Masana, Albert Reig, fue donde conocí a Gemma, mi mujer.
—¿Qué le llevó a dejar Barcelona y Formentera?
—Barcelona sufrió una metamorfosis con el 92. Antes era una ciudad de gremios de trabajadores y de estudiantes muy organizados. Con el 92 llegó el turismo y, aunque no esté en contra, donde se impone el turismo, se pierde la identidad de los lugares. Eso pasó con Barcelona a partir del 92. En Ibiza ha pasado lo mismo; ahora todo es plástico, neón y ruido. De Formentera me fui en el 82 por pena de ver lo que estaba pasando con la heroína. Ver a gente maravillosa que caía en eso...
—¿Ha vivido siempre de la cerámica?
—Por suerte, sí. Ha habido épocas mejores y peores, pero he tenido la suerte de vivir siempre de lo que me gusta.
—¿Tiene futuro generacional?
—Mi hijo, Aleix, ha tirado más por la ciencia. Ha trabajado para la Universidad Rovira y Virgili de Barcelona, en la Universidad de Texas y ahora en Alemania, en la Universidad de Leipzig. Ahora, a ver si vuelve con la beca Maria Zambrano que le han otorgado. También es muy creativo, los investigadores suelen serlo.
—¿Alguna afición?
—Siempre me gustó pescar. Pero de una manera distinta a como se hace ahora. Solo pescaba lo que necesitaba para mí. Yendo tranquilo, olvidándome del mundo y, si me tenía que quedar unos días a dormir en Sa Torreta, quedarme sin más presión. Pero cuando nació mi hijo, Aleix, lo dejé. No podía dedicarle el tiempo y la calma que necesito y no he vuelto a pescar nunca más. Ya no me llama. Se ha abusado demasiado del mar. He llegado a vivir las consecuencias de los explosivos prospectivos con las ballenas. Cuando estaba en Formentera, una ballena quedó varada al principio de Migjorn. Aturdida por unas explosiones que hacían entonces. Aunque trajeron el remolcador más potente de España, no fueron capaces de moverla. Murió allí mismo.