Neus Tur (Benirràs, 1967) lleva décadas dedicada a la venta de máquinas de coser, oficio que aprendió junto a su suegra en el negocio de su marido. Sin embargo, en su Sant Miquel natal, la costura nunca fue un trabajo habitual entre las mujeres de su casa en Benirràs.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en Benirràs en Can Joan d'en Garrovers, que era la casa familiar de mi madre, mi padre Hera de Can Frasesc. Allí, en Benirràs era donde vivíamos todos, mis dos hermanas, Pepita y Paquita, mis padres, Pep y Francisca, mis abuelos, Joan y Catalina, y una tía de mi madre, Maria. Era una casa grande con su finca y allí era también donde trabajaban.
—¿Qué recuerdos guarda de su niñez en la finca?
—Recuerdo a mi abuelo yendo a pescar para comer pescado en casa, no para vender y que la tía María era la que llevaba la iniciativa en todas las tareas. Ella era, por ejemplo, la que hacía el pan. Cuando tocaba hornear, nos separaba un poco de masa para hacernos una cocas rellenas con sobrassada que estaban riquísimas. El día de las matanzas era el mejor del año, era una fiesta más grande que el día del pueblo. Se juntaba toda la familia y vecinos. Era una jornada de comer y trabajar durante todo el día. Las niñas jugábamos con lo que teníamos. Por ejemplo, yo, que soy la mayor, metía a mis hermanas pequeñas en una carretilla y nos lanzábamos cuesta abajo (ríe). No te creas que teníamos muchos juguetes, los regalos se limitaban a estuches para ir al colegio, alguna muñeca y una bicicleta para las tres hermanas. No era como ahora, que se regalan cincuenta mil cosas. Se regalaban cosas contadas y útiles para, por ejemplo, ir al colegio.
—¿A qué colegio iban?
—Fuimos a la escuela de Sant Miquel hasta que abrieron la de Sant Joan. Un maestro que recuerdo con cariño era Don Fermín. Cada mañana nos juntábamos un buen grupo, entre 15 o 20, de vecinos en la carretera para coger el autobús. Viviendo en Benirràs, lo normal era ir en autobús o caminando a cualquier sitio. Para ir al pueblo, caminando, no tardábamos más de media hora y no pasaba nada.
—¿Hasta cuándo estudió?
—Hasta los 14 años. Entonces me puse a trabajar en Vila, en la tienda de mis primos, Cati y Vicent, Comestibles Planells. Trabajaba y vivía con ellos en Vila, a Can Garrovers iba solo los fines de semana para estar con mi familia. Iba los sábados por la mañana para volver el domingo a última hora. Aunque éramos primas, por edad, Cati hubiera podido ser mi madre, y con ella tenía un vínculo especial. Nos dejó demasiado pronto, con 47 años. Estuve viviendo ellos, como una más de la casa, durante diez años. Hasta que me casé y empecé a trabajar en Cosibiza, la tienda de máquinas de coser de mi marido, Jaume, con mi suegra, Rita de Cas Portxer, que también me ayudó mucho con mis hijos, Jaume y Dani, cuando eran pequeños.
—¿Tenía experiencia cosiendo o con máquinas de coser?
—No, aprendí poco a poco con mi suegra. En Can Garrovers se hacían los arreglos habituales, claro, pero ninguna de mi familia cosía por comisión, como se hacía en muchas casas, la de mi suegra, por ejemplo. Como yo apenas sabía coser, cuando vivía con mis primos, Cati me propuso que fuera a aprender. Para saber coser un botón, por lo menos. Así que me apunté a un curso en Artes y Oficios, en mis tiempos libres, donde conocí a mi marido: Un día vino un mecánico a arreglar una máquina de coser. Cuando terminó, la profesora, Doña Pepita, me mandó acompañarle hasta la oficina para que le pagaran. Por el camino, le comenté que la máquina de coser de mi prima también necesitaba un arreglo, que si podía ir a verla. A lo mejor con una vez hubiera bastado, ¡pero vino dos o tres veces a casa a arreglar la máquina! (ríe). El mecánico de las máquinas de coser era Jaume.
—¿Han evolucionado mucho las máquinas de coser desde su experiencia?
—Ahora, las modernas van muy bien y hacen muchas cosas, pero no es lo mismo de antes. Antes solo había de una clase y tanto cosías un pantalón como un toldo. Eran preciosas, se cuidaban todos los detalles de la decoración y del mueble. En casa tengo una Singer decorada con una sargantana preciosa.
—¿Tiene mucho público un negocio de máquinas de coser hoy en día?
—Ya lo creo. En Ibiza se cose mucho, todas las casas tienen una máquina de coser y se hacen muchos cursillos. Por eso, quien no necesita un botecito de aceite, necesita una aguja nueva. También es verdad que no hay muchos negocios que se dediquen a esto y, en Formentera, creo que no hay ninguno. La juventud compra mucho por internet, es cierto, pero también tenemos clientas jóvenes. Hay una chica que lleva años como clienta que vino por primera vez con diez añitos. Su madre se temía que la máquina de coser no fuera más que un capricho. La costura se está popularizando mucho entre la juventud en los últimos años, aunque haya gente que no sepa ni enhebrar una aguja. Para estos están los negocios de costura, que ya hay bastantes y no dan abasto.