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«El mundo del fútbol es agresivo, racista, machista y homófobo»

Leonardo Sánchez ha sido árbitro de fútbol y de fútbol sala durante décadas

Leonardo Sánchez. | Toni Planells

| Ibiza |

Leonardo Sánchez (Ibiza, 1964) lleva 35 años vendiendo pintura y productos para manualidades y artes plásticas. También es árbitro de fútbol y de fútbol sala desde hace décadas.

— ¿De dónde es usted?
— Nací en Ibiza, aunque mis padres, José y Carmen vinieron de Cádiz un año antes de que yo naciera. Mi padre se dedicaba a la construcción y mi madre a la casa y a los hijos, y es que somos ocho hermanos. Yo, que soy el quinto, fui el primero que nació en Ibiza. La mitad nacimos en Ibiza y la otra mitad en Cádiz.

— ¿Dónde vivían?
— Al principio en Jesús, después en la calle de la Virgen y en la calle Mallorca y, cuando tenía 11 años, nos mudamos a Casas Baratas. Fui al colegio a Portal Nou pero, cuando nos mudamos a Casas Baratas, me cambié a Can Misses. No es que fuera un gran estudiante, pero sí que se me daba bien el deporte, hasta jugaba a balonmano con los profesores. Por ejemplo, con José Manuel, que era una bellísima persona, o con Parada, Parada, que fue el único profesor que me pegó una hostia, y sin razón. En esos tiempos no hacía falta dar explicaciones, me callé allí y en casa, que no era como ahora: si decías en casa que te había pegado el profesor, te decían que alguna cosa habrías hecho.

— ¿Hasta cuándo estudió?
— Hasta que terminé octavo, con 14 añitos. Mi primer trabajo fue como ayudante de cocina en el restaurante El Bucanero. Allí estuve un par de años antes de empezar a trabajar las temporadas en un souvenir del aeropuerto, donde estuve hasta que me fui a hacer la mili a Alicante y Valencia. Al volver estuve trabajando como albañil y pintor hasta que, en el 87, entré a jugar en el equipo de fútbol sala Pinturas Rubio y me acabaron fichando para trabajar con ellos en su tienda de la calle Vicente Serra i Orvay. El jefe de Pinturas Rubio, José Antonio, era una persona maravillosa, conocí a toda su familia, su mujer, Paqui, y a sus hijos, María José y Pedro.

— ¿Ha visto cambiar mucho la ciudad desde entonces?
— Ya lo creo. Esta zona, la de Sa Colomina, era todo campo, con su casa payesa, estaba todo sembrado siempre de maíz y de cebada. A los pobres, los niños siempre les robaban las mazorcas de maíz y, en cuanto llegaba Sant Joan, con los petardos y los cohetes, siempre acaba ardiendo el campo de cebada. Piensa que, entonces, la feria estaba montada allí al lado.

— ¿Hasta cuándo trabajó en Pinturas Rubio?
— Estuve trabajando con ellos unos 28 años, hasta que dejaron la tienda y la cogió Juan, el hermano de José Antonio, y su hijo, también Juan. Entonces la tienda pasó a llamarse JC Rubio Pinturas, aunque ahora se llama Ibicor. Me quedé con él y con Elena, mi mujer, con quien tengo mis tres hijos, David, Carlos y Helena. La cuestión es que el hijo de Juan lo dejó al cabo de unos meses, la verdad es que no era lo suyo, y fue cuando entró Kevin, que ya lleva unos cuantos años con nosotros. Desde 2018 me encargo yo de la tienda, que ahora es de Yasmin Merino.

— ¿Cómo es trabajar en una tienda de pinturas?
— Gracias a Dios, no es un bar (ríe). Me refiero a que la clientela es muy buena gente, fiel y a quienes ya conocemos perfectamente. Aunque también tengamos que relacionarnos con artistas, ¡que son los peores! (ríe). Y es que te piden cosas que no acabas de entender. Pero para eso son artistas, porque hacen cosas que los demás no sabemos hacer. Uno de los que tenemos más relación es Rosales, que hace una maravilla con cualquier bote que pille. Mezcla de todo, óleos con acrílicos, pinturas con base de agua, esmaltes, óxidos y hace unas cosas guapísimas. Otro artista con el que tenemos una buena relación es Augusto Banegas, que se ocupó de la decoración de la tienda cuando hicimos el cambio. También nos hizo un cuadro impresionante que tenemos en el escaparate. Gracias a los artistas y a los demás clientes hemos podido ir evolucionando la tienda según las necesidades que nos han ido planteando a través de los años.

— Me ha hablado de que jugaba a fútbol, ¿continuó con ello?
— Sí, siempre ha sido mi afición. Como nunca he fumado ni he bebido, es mi único vicio, aparte de mis nietos, Pau y Jon, claro. En el 89 empecé como árbitro de fútbol. He pitado a chavales y mayores, también en regional y como juez de línea en Tercera, con José Luis Clapés de árbitro. Más adelante me cambié al fútbol sala, donde sigo ejerciendo de árbitro a día de hoy.

— ¿Hay mucha diferencia entre ser árbitro de fútbol y de fútbol sala?
— La verdad es que sí. El respeto, la cercanía y la familiaridad que hay en el fútbol sala no lo ves en el fútbol. Ahora no es tan salvaje como cuándo empecé y ya no tratan tan mal a los árbitros como antes (tampoco es que los traten bien, ojo). Cuando yo pitaba, cada semana había agresiones a los árbitros. Agredían hasta al delegado y, además, de manera impune. Personalmente, no llegué a tener ningún problema en ese sentido, ni siquiera en Formentera, que eran los más agresivos, siempre se portaron muy bien conmigo. Sin embargo, un compañero al que le le llamábamos Gijón, le pegaron no sé cuantas veces. Es una locura porque, además, los agresivos son los padres de los jugadores. No saben el daño que les hacen a los hijos. No se dan cuenta del esfuerzo y sacrificio que hacen los árbitros y que no compensa para nada económicamente. Sin ir más lejos, te puedo asegurar que me perdí la infancia de mis dos hijos mayores por el arbitraje. Cada fin de semana me iba a pitar sábado y domingo y llegaba tarde a casa, cuando ya se estaban acostando. Por eso, al nacer mi hija pequeña, me propuse que no me pasara con ella y lo dejé para dedicarme al fútbol sala.

— ¿Se acabará algún día con la agresividad en el fútbol?
— Eso espero. Aunque creo que la agresividad verbal es inevitable, que un impresentable te llame hijo de puta no lo puedes parar (aunque ahora puedas parar el partido por eso). Él sabrá cómo queda ante sus hijos con ese lenguaje. Lo que sí espero es que se termine de una vez por todas con la agresividad física y con los insultos racistas o machistas. A mí nunca me han mandado a fregar, no sé porque se lo dicen a ellas. Hay que reconocer que el mundo del fútbol es agresivo, racista, machista y homófobo.

— En ese sentido, ¿considera que el fútbol va por detrás de la sociedad?
— Totalmente. Pero eso pasa con fútbol masculino, no en el femenino. Ahora mismo hay mujeres pitando o en las mesas, también pito partidos femeninos y es otra cosa radicalmente distinta. Son respetuosas, amables y hasta amigas. A un partido de chicos entras con tensión, aunque les conozcas y sean amigos fuera del campo, una vez que empieza el partido no hay amistad que valga, con las chicas es todo lo contrario. Hasta te piden perdón cuando se pasan. Da gusto pitarlas, son mil veces mejores que ellos. También es complicado acabar con la homofobia en el fútbol masculino, así como en prácticamente todos los deportes de élite. Estoy seguro de que muchos deportistas no salen del armario por las consecuencias. En eso también son mejores las mujeres, mira Alexia Putellas, la mejor jugadora del mundo y no tiene ningún problema en ir por el mundo con su mujer.

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