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«Desciendo de una meiga gallega»

Susana Negreido lleva más de tres décadas al frente de su souvenir en Ramon Muntaner

Susana Negreido | Toni Planells

| Ibiza |

Susana Negreido (Mar del Plata, Argentina, 1959) conoció Ibiza en los años 80 tras un viaje «un viaje de recorrido». Desde entonces, se estableció en la calle Ramon Muntaner, donde sigue con el comercio de souvenirs y artesanía que abrió poco después.

— ¿Dónde nació usted?
— Nací en Mar del Plata, Argentina. Yo era la mayor de seis hermanos en una familia que se dedicaba a lo mismo que la mayoría de los argentinos: al campo. Yo me pasé la infancia jugando en la calle y yendo al colegio.

— ¿Hasta cuando estudió?
— La Universidad quedó pendiente. Lo que pasa es que, el último año de bachillerato, me puse a trabajar en una perfumería, en contra de lo que querían mis padres. Eso de ganar mi dinerito todos los meses me gustó y les pedí a mis padres que me dejaran trabajar un año antes de seguir estudiando. Ya me lo decían: «si empiezas a trabajar, no vas a estudiar más». Tuvieron razón. Trabajé en la perfumería unos tres o cuatro años y después estuve bastante tiempo en Aduanas.

— ¿Qué la trajo a Ibiza?
— ¡Yo qué sé!. Cuando sales a hacer un viaje de recorrido, después te enganchas. Eso es lo que me pasó, ya había viajado mucho (siempre sola), pero nunca hacia este lado y me acabé quedando en Ibiza. No estaba preparado para nada, pero me enganché. No te sé dar otra explicación, es algo que una siente y que no se puede describir con palabras. De hecho, sigo viviendo en la misma casa en la que me quedé al llegar hace más de 30 años, en Ramon Muntaner.

— ¿A qué se dedicó al asentarse en Ibiza?
— Los primeros años me dediqué a la limpieza. Estuve en toda clase de sitios: hoteles, casas, oficinas… menos en el hospital, creo que he limpiado en todos los sitios. Así estuve unos años hasta que, con lo que logré ahorrar, abrí mi propia tienda de souvenirs, en mi misma calle y en la que sigo trabajando todo el año.

— En más de tres décadas viviendo y trabajando en Ramon Muntaner, ¿cómo ha cambiado su calle?
— Hace 30 años había mucho movimiento y ambiente. Ahora sigue habiendo, pero en un momento dado eso se jodió. La calle se llenó de camellos, chorizos, macarras y putas. Entonces se acabó la seguridad y la tranquilidad, si te descuidabas te daban un navajazo para robarte. Yo no llegué a tener ninguna experiencia en primera persona, pero te puedo asegurar que vi muchas cosas así. Entonces no se trabajaba tranquilo, tienes miedo de lo que te pueda pasar en cualquier momento, nunca sabías las intenciones de quién entraba, y la clientela ya no venía tanto por miedo a la calle. Eso duró unos años y ya se arregló, pero nos jodió la calle.

— ¿Cultiva alguna afición fuera de la tienda?
— ¿Tú crees que me queda tiempo para algo cuando salgo de la tienda?. Si me paso el día aquí metida, de lunes a lunes, de once a dos, aunque no me voy antes de las tres y por la tarde, aunque cierro a las nueve, nunca me voy antes de las diez. Soy la única tienda de souvenirs que abre todo el año y, en la calle hay unos cuantos hoteles abiertos. Así que siempre tengo gente rodando y, en los huecos, hago mis cosas para vender en la tienda. Hago collares, pulseras, botellas fundidas con un horno de vitrofundición y una técnica de fundido que aprendí en Argentina, o ‘orgonitas’.

— ¿Qué son ‘orgonitas’?
— Es algo demasiado amplio como para explicártelo en poco espacio. Resumiendo mucho: son trasmutadores de energía sucia a limpia. Eso significa que mejora la calidad de vida, el ambiente, puede calmar algunos tipos de dolores, ayuda a dormir, bloquea las emisiones electrostáticas de los móviles… Las hago yo misma con una base de cuarzo maestro programado y envuelto en una espiral de cobre. Luego le añado metales como aluminio, bronce, hierro o cobre, y lo cubro con una resina orgánica. Las hay de todo tipo, con forma de pirámide, de piedra, como collar…

— ¿De dónde le viene su creatividad?
— Me viene desde pequeña. Desde que tengo uso de razón he tenido bastante creatividad y sensibilidad. Desciendo de una meiga gallega y hay sensibilidades y conocimientos que se llevan en la sangre. Cuando era pequeña me escondía mientras observaba a mi abuela echarle las cartas a alguien. Después le rebuscaba para mirar las cartas y todo lo que tenía… ¡los chancletazos que me daba cuando me pillaba!.

— ¿Aprendió el Tarot a escondidas?
— El Tarot no es algo que se aprenda. Cada carta tiene un significado básico, pero otra cosa es lo que tú ves y lo que tú sientes, que es más importante que el significado básico. Mucha gente se hace el Tarot por capricho, dicen que quieren saber esto o lo otro cuando, en realidad, ya lo saben. Lo que pasa es que, gente sin escrúpulos, se ha aprovechado mucho de esto siempre. He visto jugar con la necesidad de la gente hasta el punto de hacerles sacar dinero a crédito por un cuento. Yo nunca he ayudado a nadie por dinero.

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