Catalina Tur (Jesús, 1954) mantiene su oficio, tras la barra de un bar, desde casi toda su vida. Una mujer que ejerció su libertad como tal de manera prematura, en una época en la que eran los hombres quienes salían a ligar con las extranjeras, ‘de palanca'. De esta manera, con una amplia experiencia delante y detrás de la barra, Catalina está al cargo de su cafetería, Ses Braves, desde hace décadas a la espera de que llegue su oportunidad para jubilarse.
— ¿Dónde nació usted?
— Nací en la finca de Sa Fonda, en Jesús. Soy la quinta de seis hermanos. Los de casa eran mayorales y, cuando solo tenía un año, nos fuimos a la finca de Can Tanques, en Cala Llonga. Es por eso que nos conocen como de Can Tanques, pero, en realidad, mi padre, Toni, era de Can Pujol, por parte de padre, y de Can Escandell, por parte de madre, de Sant Mateu. Mi madre, Maria, era de Santa Gertrudis.
— ¿Vivieron siempre en Can Tanques?
—No. Aunque es donde estuvimos más tiempo. Más adelante estuvimos un tiempo en otra finca, en Can Racó, antes de mudarnos a Vila, cuando yo tendría unos 15 o 16 años.
— Al colegio, ¿fue a Cala Llonga?
— Sí, era un colegio pequeñito, Can Marí, en el que estábamos todos mezclados. Niños y niñas de todas las edades en el mismo aula. La primera profesora que tuvimos era doña Francisqueta, que luego se fue a Vila. Desde entonces tuvimos a tres o cuatro más. De la que más me acuerdo es de una mallorquina, doña Juanita, que era muy buena persona, pero la recuerdo más por las trastadas que le hacíamos (ríe). Se empeñaba en que habláramos castellano y yo, para ‘empreñarla', castellanizaba las palabras ibicencas. Por ejemplo, si tenía que decir ‘hoja', yo decía ‘fuya'; si tenía que decir ‘mariposa', ‘papayola' (ríe). La verdad es que todos los alumnos la hacíamos rabiar.
— Los niños y niñas, ¿eran muy ‘trastos'?
— ¡Buf!, sí. Yo era muy bruta (ríe). Pero iba por pandillas. La verdad es que mi grupito era de los más trastos. Hacíamos verdaderas animaladas de las que me he llegado a arrepentir. Era, como dicen ahora, ‘bullying', pero a lo salvaje. Al que era más paradito o un poco más tontito le podíamos llegar a dar moñigas de cabra diciéndole que eran ‘conguitos', o hacerles beber meado. Éramos una ‘colla' de salvajes y había uno que era el peor, Puig, el cabecilla al que todos seguíamos con sus malas ideas. Era muy malo y, los demás, teníamos que ser tan malos como él.
— ¿Empezó a trabajar muy pronto?
— Estudié hasta los 14. Pero antes de mudarnos a Vila mi madre trabajaba los veranos en el Hotel La Cala. Mientras no tenía colegio estuve unos años con ella haciendo habitaciones. Recuerdo que me tenía que esconder cada vez que venía una inspección de trabajo porque era menor. Al irnos a Vila,estuve trabajando un tiempo con el médico Coll, en Vara de Rey, antes de que mi familia se quedara el bar de Can Negre durante una buena temporada. Allí estuve trabajando hasta mediados o finales de los 70 cuando me quedé embarazada. Entonces cogí una tienda de comestibles, Lechería Sa Sequi, a la vez que llevaba el bar taurino de la plaza. De allí estuve, también en el Bar Metro, en el Tahití y, en 1995, cogí la cafetería Ses Braves, que sigo llevando hasta día de hoy.
— ¿Se casó?
— No. Aunque he estado a punto un par de veces. La última fue con un catalán, el padre de mi hijo pequeño, Sergio. Se le ocurrió levantarme la mano una semana antes de la boda y lo dejé plantado, embarazada de casi nueve meses. Mi primer hijo, Adrián, lo tuve con un amigo en el 79. Unos años antes tenía planeada mi boda con Toni de Sa Vinya. Por desgracia, tres meses antes de la boda tuvimos un accidente muy grave y Toni murió.
— ¿Le afectó mucho esa desgracia?
— Claro, estuve muy mal durante bastante tiempo. Si mi cuñada no logra evitarlo, me hubiera lanzado por la ventana. Después me fui más de un año a Mallorca, con unos tíos. Eso sí, a la vuelta, empecé a salir hasta que me convertí en una ‘golfa' (ríe). ¡Yo era una palanquera! (más risas).
— Cuénteme, ¿cómo era la ruta de una noche de fiesta ‘palanquera' de las suyas?
— Quedábamos las amigas en la cafetería de Vara de Rey y nos íbamos un rato por el centro y al Mar Blau hasta que cerraban. Entonces nos íbamos a Sant Antoni, al San Francisco, el Illa Blanca, el Boucala, el Nito's, Sa Tanca… De allí nos íbamos a Santa Eulària, a La Cancela. Nos recorríamos toda la isla y teníamos a un novio en cada pueblo, ¡éramos más palanqueras que los hombres! (ríe). Siempre hice lo que quise. En casa mi padre jamás me dijo que tuviera que estar a una hora o que no pudiera ir a un sitio a al otro, era muy liberal. No era como otros que tenían la mano muy larga con sus hijos o que les prohibían hacer cualquier cosa. Lo único que nos decía era «id con cuidado» y «el camino que escojáis será el camino que tendremos el día de mañana». ¡Hasta nos lo llevábamos de marcha! Creo que el hecho de haber pasado por la guerra tuvo mucho que ver con su manera de ser.
— Entiendo que ha pasado mucho tiempo en los bares...
— ¡Sí!, me he pasado casi toda la vida en la barra del bar, por delante y por detrás (ríe). En todo este tiempo me han pasado mil cosas que darían para más de un libro. Más de uno ha querido marcharse sin pagar, lo he pillado por banda y alguno ha vuelto a casa hasta descalzo. Una vez hubo uno que, si no me quitan de encima, yo creo que lo hubiera matado. Jamás me he acobardado detrás de la barra. He trabajado mucho, a veces empalmando una jornada con otra y conozco perfectamente, desde muy pequeña, lo que es estar allí. Hace falta tener mucha psicología. En la barra del bar se cuentan y confiesan cosas que no se explican en otro lugar.
— Lleva casi tres décadas en su bar de Pedro Francés, ¿no piensa en jubilarse?
— Sí. De hecho, estoy esperando a que alguien se anime a quedárselo y, por fin , poder jubilarme, que ya tengo edad. Lo que pasa es que la gente se asusta, vienen a verlo pero no se acaban de atrever. La calle Pedro Francés está abandonada de la mano de Dios. Ahora que lo quieren arreglar, a ver si me quitan de una vez los dichosos contenedores de basura que tengo justo delante, no traen más que ratas y, en verano, apestan. También se agradecería si dejan un espacio para que se pueda poner una terracita. A ver si así, alguien se anima a quedárselo y ya me puedo jubilar.