ADaiallo Madami (Mali, 1945) apenas se le conoce por su nombre real. Luis es el nombre con el que se han dirigido a él desde que llegó a Ibiza hace más de medio siglo desde Mali, pasando por París. Desde entonces, el maliense no se ha movido de la isla que ha visto evolucionar.
— ¿De dónde es usted?
— Nací en Mali. Soy el mayor de cuatro hermanos de una familia en la que mi padre, Mamadou, había sido militar. Como había participado en la II Guerra Mundial (Francia utilizó soldados de todas sus colonias para luchar contra los alemanes), tenía una buena paga del ejército. Había muchos veteranos de guerra en Mali, a unos les faltaba un brazo, a otros una pierna...
— ¿Pudo estudiar en Mali?
— Sí, aunque no superé los estudios básicos. Nunca fui un buen estudiante. Sin embargo mis hermanos sí se sacaron buenas carreras, dos son ingenieros y uno es veterinario. Había una serie de becas internacionales que les permitieron sacarse sus estudios en EE.UU.
— ¿Hasta cuándo vivió en Mali?
— Hasta que tuve veintitantos años. Cuando me fui a Francia, a París. En esos tiempos no se me consideraba emigrante, ya que Mali había sido una colonia francesa. Solo tuve que conseguir un billete e irme para allá. Allí conocí a muchos españoles inmigrantes que vivían y trabajaban allí como barrenderos, o albañiles. Uno de ellos, un valenciano con el que estuve haciendo unas chapuzas, tenía un hermano que estaba trabajando en Ibiza como encofrador. Le mandó una carta para que se viniera. No sabía ni dónde estaba Ibiza, según el hermano, era «una isla al lado de África». Como el clima de París no me gustaba nada, mucho frío, me apunté con él.
— ¿Vinieron directamente a la isla de Ibiza?
— Sí. Primero viajamos hasta Barcelona para esperar allí unos dos o tres días a que saliera el barco. Los barcos no eran como ahora. ¡Se subían los coches con una grúa!. De esta manera, llegué a Ibiza a finales del 71. Unos meses antes del accidente del avión en Ses Roques Altes. Como aquí les costaba pronunciar mi nombre, empezaron a llamarme ‘Luis' y ese es el nombre con el que me conocen todos.
— El hecho de ser negro, ¿llamaba mucho la atención en la Ibiza de los primeros 70?
— La verdad es que no había muchos. Creo que solo había uno, que jugaba a fútbol, que era de Guinea Ecuatorial. Pero, la verdad, es que no sentí que llamara mucho la atención. Piensa que la mayor parte de trabajadores eran andaluces que habían emigrado a lugares de Europa donde sí había negros. En cuanto a la gente ibicenca, también hay que tener en cuenta que muchos habían emigrado a Argelia a buscarse la vida. No solo a Argelia, también a Cuba y, allí, también había negros. Los ibicencos siempre me trataron muy bien, la verdad.
— ¿Tardó mucho en encontrar trabajo en Ibiza?
— Ni un minuto. A la llegada del barco, en el Puerto, había un montón de personas ofreciendo trabajo a los que íbamos bajando. Yo no hablaba nada de castellano, pero al día siguiente ya estaba trabajando. No me preguntaron por papeles ni por nada. Hacía falta mano de obra y no había ninguna manía con eso. Llegaban a fletar barcos enteros de andaluces para que vinieran a trabajar. Los recuerdo perfectamente, con su maleta de madera, con un jamón atado y una garrafa de vino. La mayoría de trabajadores apenas sabía leer ni escribir, firmaban con el dedo y yo les leía las cartas y los periódicos. Yo vivía en la pensión de Catalina, al lado de Santa Cruz, pero la mayoría de obreros vivían allí mismo. Les preparaban unos almacenes con uralita en el techo y con la manguera de la obra como ducha. Como animales.
— ¿En qué trabajó usted?
— En muchas cosas, empezando por la obra. Estuve en la construcción de muchos hoteles en Es Canar, en Cala Llonga... en todos lados. Recuerdo perfectamente que, algunas mañanas, en la obra, aparecía un ‘Dodge' de lujo. Era el señor Matutes que iba controlando las obras de sus hoteles. Trabajé en muchísimas obras de todo tipo durante muchísimos años, siempre sin papeles. No me los pidieron nunca y yo era joven y no tenía conciencia de la importancia de eso. No tuve los papeles en regla hasta que me casé, hace unos 30 años, con Francisca. Entonces pude empezar a trabajar asegurado en una empresa. También participé unos años en la cabalgata de reyes como Baltasar y estuve trabajando en otros lugares, como de lavacoches en el taller de Juanito Aldrover unos ocho o nueve años, en Can Negre o en el restaurante El Faro como friegaplatos. Por culpa de este trabajo, soy el único negro de Ibiza con gota (ríe).
— ¿Me puede explicar eso?
— Como trabajaba en ese restaurante, que solo tiene pescado y marisco. Cuando sobraba algo, yo lo aprovechaba y me lo comía. Me hinchaba tanto que llegó un momento que apenas podía caminar. Me fui al centro de salud de Vila para que me miraran y la doctora me dijo: «Es la primera vez que veo a un negro con gota» (ríe).
— ¿Se ha jubilado?
— Ya no trabajo, apenas puedo caminar. Lo que pasa es que los empresarios me han engañado y se han aprovechado de mí siempre. Decían que me aseguraban y apenas me pagaban dos o tres meses de seguro y ya está. Por esa razón ahora me encuentro viviendo con apenas 600 euros a base un par de ayudas del Govern y del Consell.