Toni Torres Mesquida (la Marina,1936), de familia de varias generaciones de pescadores, parecía que tenía la vida predestinada a estar ligada al mar. Así fue, tras una larga etapa embarcado en barcos de pesca, culminó su vida laboral como contramaestre del Club Náutico de Ibiza. Sin embargo, fue en su etapa más infantil cuando, como pastor en Sant Mateu, se aficionó por las gloses i estribots de los que sigue haciendo gala cada vez que tiene ocasión.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en pleno Carrer d'Enmig de Vila durante la Guerra Civil. Yo era el tercero de cuatro hermanos. Maria y Vicent eran los mayores y Pepito era el pequeño. Si mi madre no se hubiera subido a una silla para hacer el puente de la casa, tendría otro hermano más. Se cayó y perdió la criatura.
—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi padre, Pep de Can Félix, se dedicaba a la mar, igual que su padre, Toniet d'es Pregoner. Eran todos pescadores. De todos los hermanos, yo fui el único que continuó con el oficio de pescador. Mi madre, Paca Mesquida, tenía un puesto en Sa Pescateria.
—¿Qué recuerdos guarda de su infancia en la Marina?
—Pues resulta que, cuando era muy pequeño (no sabría decirte la edad exacta), un día que estaba jugando a fútbol con una pelota de trapo que nos hacíamos nosotros mismos, me vinieron a llamar para que fuera enseguida a hablar con mi madre a su pescadería. En cuanto llegué me preguntó si me gustaría hacer de pastor, que había venido un señor de Sant Mateu, de Can Blai, buscando un pastor. Le dije que sí y, en el momento, me hicieron un atillo con cuatro calzoncillos, algún pantalón corto y poca cosa más dentro y me embarcaron directamente en el carro, que estaba ‘aparcado' justo detrás de la calle de mi casa. Tiramos hacia Santa Gertrudis y de allí a Sant Mateu, donde estuve tres o cuatro años haciendo de pastor para esa gente. En esa época, me acuerdo que le encontraron contrabando al cura. Se ve que tenía un montón de cajas de tabaco escondidas detrás del altar [ríe].
—¿Pudo ir al colegio?
—Sí. Al volver de Sant Mateu pude ir a Sa Graduada y, después, estuve yendo a clases con Cabrielet, en una planta baja al lado de Can Garroves. Un día que le dije a mi padre que eso del colegio me parecía un rollo, enseguida llamó a Perico Melis para embarcarme con él en La Mariana, que entonces era la barca más grande, a hacer el bou. Más adelante compraron la Rebeca, la Santa Catalina, la Paquita Usía… Así es cómo pasé toda mi juventud.
—¿Siempre con Perico Melis?
—No. En aquella época te ibas moviendo de barco en barco según las circunstancias. Con mi padre también estuve pescando en su llaüt, El Botet. Pescábamos con Laureano de Sa Rata, que era de Formentera, cada uno con su llaüt. El pescado que nos sobraba, el que no se había vendido en Vila, lo embarcábamos en su llaüt, el Caimán, y lo llevábamos hasta Sa Cala. Allí lo vendíamos, a lo mejor por una peseta o dos el cajón, y allí mismo lo secaban para, después, molerlo y hacer harina con la que alimentaban a las gallinas. Entonces la cala de San Vicente no tenía arena, era toda de piedras. Al bajar por la proa con el cajón de pescado sobre la cabeza no era raro que pisara una piedra y nos fuéramos cajón y yo al agua [ríe]. En otra ocasión, haciendo bou en Cala Saona nos enredamos la hélice con una red en Es pont de s'ase. Era la una de la madrugada cuando me hicieron desnudar y meterme en el agua para cortar la red mientras ellos trataban de iluminarme con un farolillo de petróleo desde fuera. Cuando por fin lo conseguí, me envolvieron en una sábana, me pusieron en la proa y me dieron una cosa teñida de negro que quería ser café. En el mar hacía mucho frío y era muy duro.
—¿Hasta cuándo estuvo pescando?
—Hasta que una pareja de la Guardia Civil vino a casa a preguntar por mí [ríe]. Mi madre se llevó un buen susto «¿Qué has hecho ahora?», me preguntó antes de que el guardia civil le dijera que venían a buscarme para que me presentara para hacer la mili. Siempre me miraba con envidia a los jóvenes con sus sacos delante de Can Garroves preparados para embarcar y, por fin, me tocó a mí. Me embarqué en el J.J. Sister para Alicante y de allí a Cartagena a un cuartel con más de mil tíos allí dentro. ¡Menuda sed pasamos allí! Menos mal que me acabaron destinando a Porto Pi, en Mallorca, embarcado en un remolcador, el RP-24. Un día, poco antes de licenciarme, el patrón me dijo que allí tenía porvenir. Que me buscara una chica y me casara en Mallorca para hacer allí la vida. Pero yo festejaba con María en Ibiza y preferí volverme.
—¿A qué se dedicó al volver a Ibiza?
—Volví a pescar de nuevo durante una temporada. Más adelante me puse a trabajar en ‘Sa Pescateria' con los de Sa Rata pelando y cortando todo tipo de pescado. Al poco tiempo me vinieron a buscar del Club Náutico de Ibiza y estuve allí durante 25 años. Llegué a ser contramaestre durante muchos años, hasta que me tocó jubilarme.
—¿Habrá vivido mil anécdotas en el Club Náutico de Ibiza?
—Una vez iba por el muelle con Vicent Platé, que entonces era el contramaestre, cuando entró un yate y amarró en el lugar de un socio. Cuando Vicent le dijo que se tenía que ir, el hombre del barco contestó, ‘al que toque el amarre, le pego un tiro'. Cuando fui a quitarle el amarre me volvió a decir lo mismo a mí. «Si me quieres pegar un tiro, baja a tierra», le contesté yo. Vicent llamó enseguida a comandancia y el oficial le dijo: «Aquí el único que pega tiros soy yo. Tiene cinco minutos para largarse». No le dejó irse ni a Talamanca ni a Botafoc. Tuvo que marcharse no sé donde.
—No me ha contado si se acabó casándose con esa tal Maria.
—No, no me duró mucho cuando volví de la mili. Con quien me casé fue con Vicenta Serra, de Can Alcaria, que vivía en Dalt Vila, aunque sus padres eran de Santa Gertrudis. Tuvimos dos hijos, pero no fueron adelante y murieron siendo solo bebés. Estuvimos casados unos doce años, hasta que me quedé viudo. Luego me casé con Rubí, con quien llevo casado unos 18.
—¿A qué dedica su jubilación?
—A contemplar, pasear, pararme en el Club Náutico o en Can Alfredo a hacer la tertulia con Juanito, Dominguet, Musón, Siso…
—¿Cultiva alguna afición?
—Sí, desde que era niño siendo pastor siempre se me han dado bien hacer ‘gloses'. Esa era la manera que teníamos para entretenernos entonces. En el campo, eso sí. En el mar no se hacían.
—¿Me recitaría alguna?
—‘Vos que us dau de bon glosador, glosau poques i bones. Teniu un forras de col com un garbeo de set portes'. ‘Recordaus des jai Pelleranga i es collonassos que te, que me te es picó de ferro I es collons de garrover'. ‘A Mallorca hi surt es sol i a Puerto Rico sa lluna. Val més Eivissa tot sol, que Mallorca i Catalunya'. ‘A cantar m'has guanyat porque has tingut ajuda. Ara quedes convidas a bufar el cual a sa truja'. ‘Jo cuán m'envaig de cateua acostum a Fer un del. Aixec sa cama i pix al este, i l'amo que me bufa es cul' [ríe].