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«He pasado más de 4.000 de horas volando»

Joan Manils se estableció en Ibiza hace más de medio siglo tras conocerla en el servicio militar

Manils tras su charla con Periódico de Ibiza y Formentera. | Toni Planells

| Ibiza |

Joan Manils (Barcelona, 1946) ha vivido miles de horas y decenas de anécdotas volando en avioneta. Una afición que cultivó en Ibiza y desde la que presidió durante años el Aeroclub.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en Barcelona. Yo era el mayor de tres hermanos, Margarita era la siguiente y Fernando el pequeño. Éramos una familia más bien humilde y nos mudamos cuando yo era pequeño desde Barcelona hasta Mollet del Vallés; allí se había desarrollado mucho la industria de todo tipo, había muchos talleres de mecánica y fábricas textiles.

—Sus padres, ¿trabajaban en estas naves industriales?
—No. Mi padre, Jaume, era paleta y lo recuerdo siempre yendo a trabajar con su bicicleta. Mi madre, Maria, cosía y se hacía cargo de la casa y de los niños. Mi madre era muy pesetera y, cuando yo solo tenía 14 años, ya me puso a trabajar en una harinera. El encargado no tardó en darse cuenta de que ese trabajo no era para mí. De ahí decidí estudiar para ser electricista, pero como a mi madre le parecía que en ese oficio se ganaba poco me puso a trabajar en una fábrica textil. Allí estuve un par de años, eso sí, por las tardes iba a seguir estudiando. En Barcelona llamamos a este oficio ‘lampista', tanto sabes hacer instalaciones de electricidad como de gas o de agua. Justo antes de hacer la mili me salió un curso de instalador de propano que me sirvió para pasar una mili de lo mejor posible. Me la pasé trabajando como instalador.

—¿Dónde hizo la mili?
—En Ibiza. La verdad es que antes de la mili no sabía ni dónde estaba Ibiza. Más allá de mi vecina de toda la vida en Mollet, María Costa, que era ibicenca, de Ses Salines. Cuando venían sus sobrinas (que eran de nuestra edad) a visitarla a Mollet, siempre nos metíamos con ellas, les decíamos que ‘no sabían hablar' porque usaban todo el tiempo el artículo salado [ríe]. Hice la instrucción en Mallorca y, cuando nos ofrecieron destino, decidí elegir Ibiza por el vínculo que tenía con mi vecina. Acabé teniendo una mili ‘de señor', enseguida encontré trabajo en IHH, con Cosme Vidal, instalando propano y me alquilé un 600 que tuve aparcado delante de la Catedral (donde estaba destinado) todo el servicio militar.

—¿Se quedó en Ibiza tras la mili?
—Cuando terminé volví a Barcelona a trabajar en la misma empresa. A los pocos meses, cuando fui a casa a comer, había un señor de Ibiza que me había venido a buscar. Al principio me temí haber dejado a alguna chica embarazada allí [ríe], pero en realidad venía a ofrecerme trabajo. Por aquel entonces yo ya tenía novia desde hacía años y le dije que, si veníamos a Ibiza era para quedarnos.

—¿Y se quedaron?
—Así es. Pilar y yo nos casamos y vinimos a vivir a Ibiza en 1970. Mis hijos Javi y Núria nacieron y crecieron aquí. Javi ya me ha hecho abuelo del pequeño Asier. Al llegar, trabajé para IHH durante unos años. Entonces había mucho trabajo ya que solo en 1972 se inauguraron 17 hoteles. Yo tendré firmadas más de 50 instalaciones de gas en toda la isla.

—¿Trabajó siempre como instalador de gas?
—No. En 1975 una hernia me impidió hacer esfuerzos y me puse a vender electrodomésticos en ‘Casa Radio', que estaba en Vara de Rey. El dueño, el Barón de Vidal (se compró el título, no te creas), me dijo que si aumentaba las ventas abriríamos otra tienda en un local de Isidor Macabich. Así fue y abrimos la tienda, que estuvo abierta durante 12 años, hasta que murió el dueño, en 1987, y su hijo decidió vender todos sus locales empezando por los de Ibiza. En esa época yo ya tendría unos 50 años y acabé vendiendo coches con Rosselló hasta 1990. Al poco tiempo de haber empezado con él tuve un accidente con una avioneta del que salí ileso y me prometí no volver a trabajar sujeto a un horario y a un calendario nunca más. Así que me puse a vender seguros trabajando en casa hasta que me jubilé.

—¿Tuvo un accidente con una avioneta?
—Así es. Mollet está cerca de Sabadell, donde hay mucha afición por la aviación deportiva. El propietario de una fábrica que estaba al lado de casa tenía una avioneta y siempre hacía pasadas sobre su empresa. Me lo miraba pensando que, cuando fuera mayor, quería volar en una avioneta. Aunque fuera de pasajero. La cuestión es que, ya en Ibiza, en 1977, se me acercó un amigo, José Manuel, y me ofreció sacarnos el título. A mí me parecía que tenía que ser muy difícil, pero me acabó convenciendo. Ese año nos sacamos el título seis o siete personas. Entre todos compramos una avioneta, una Pipper, que nos costó 600.000 pesetas. Empecé a volar muchísimo desde entonces. Diez años después, cuando tuve el accidente, ya acumulaba exactamente 1.001 horas de vuelo. Mientras tanto, fundamos el aeroclub y vivimos unos años dorados en la aviación deportiva en Ibiza. Aquí se habrán formado más de 200 pilotos.

—¿Cómo fue el accidente?
—Fue en una competición que empezó mal y que acabó peor. El copiloto, Miguel Company, era médico y venía directamente de hacer una guardia. Entre los dos revisamos el motor y despegamos. Cuando estábamos en la vertical de Murcia, el parabrisas se llenó de aceite. Aterrizamos de emergencia en Alcantarilla y descubrimos que se había dejado la varilla del aceite en Ibiza. Total, que echamos un chorro de aceite, tapamos eso con un corcho y unos alambres y despegamos hacia Granada. Allí pedimos una varilla y comprobamos que íbamos sobrados de aceite. La última etapa de la vuelta aérea se suspendió por mal tiempo y la sustituyeron por una prueba cronometrada. En estas pruebas debes pasar de un punto a otro en un tiempo determinado; cada segundo que te pases o te adelantes es un punto negativo. El punto de llegada era el pantano de Benejales y nosotros veníamos con un rumbo en el que una montaña nos tapaba la visual del pantano. Cuando la nariz de la avioneta pasó el pico de la montaña y vimos el pantano, nos dimos cuenta de que llevábamos 10 segundos de adelanto. Corté motor, aguanté el avión, reduje la velocidad (tal vez no fuera la maniobra más correcta) y, al pasar el punto, gas a fondo virando hacia donde había espacio hacia el pantano. Incliné mucho el avión y el copiloto dice que vio unos cables de alta tensión, me cogió los mandos del avión y lo llevó hacia las montañas. De ahí ya no pudimos salir. Nunca nos pusimos de acuerdo en quién tuvo la culpa.

—¿Se hicieron daño?
—No. Yo me hice un corte en el labio y él uno en la ceja con las gafas. Íbamos con el motor a fondo, pero con el avión en vertical y chocamos de panza. Primero perdimos en un bancal tres ruedas, perdimos el ala con un tanque de agua hasta que quedamos en otro bancal con el otro ala sobre un almendro. La hélice nunca tocó el suelo.

—Habrá vivido un buen número de anécdotas en el aire.
—Muchas. Volando he encontrado barcos robados, encontrado a personas desaparecidas e incluso he salvado vidas. Por ejemplo cuando un pescador de Sant Carles, Talaies, se quedó a la deriva con su llaüt. Lo localicé con la avioneta a medio camino a Argelia cuando llevaba tres días a la deriva. Hicieron una gran fiesta en Sant Carles para celebrarlo en la que no faltó ni el obispo. En otra ocasión fueron cuatro personas las que se quedaron a la deriva entre Ibiza y Mallorca durante cinco días y también los encontré de camino a Argelia.

—¿Sigue volando?
—No. Volé hasta 2017 con una 1.800 horas de vuelo contabilizadas, aunque, si contamos todas las horas que hice el el aire, serían más de 4.000. Hace unos años, desde 2018, tuve una serie de problemas de espalda que, en la última operación, en 2021, me quedé en silla de ruedas. Ahora vivo jubilado.

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