Pepita Planells (Sant Josep) lleva más de tres décadas ven el negocio de la moda, vistiendo a ibicencos e ibicencas de la manera más elegante para los eventos más importantes desde su tienda en Sant Antoni Ibimoda. Sin embargo, su vida laboral también pasó por negocios turísticos como el souvenir desde el que fue testigo de la evolución del turismo en Sant Antoni.
—¿Dónde nació usted?
—Nací en Sant Josep. Mis padres, Jaume d'en Font y Francisca de Can Guasch, eran de allí, aunque mi madre venía de Sant Rafel. Eran una pareja muy alegre. Mi padre era panadero, hacía un pan payés que venían a buscarlo desde todos lados. Mi madre se dedicaba a la casa y a hacer repulgo. Yo fui la cuarta de las cuatro hijas que tuvieron.
—¿Creció en Sant Josep?
—Así es. Aunque me considero entre ‘josepina' y ‘portmanyina'. En realidad me he hecho más la vida en Sant Antoni. Vivíamos muy cerca de los límites entre los dos pueblos y desde pequeña ya era una ‘correcaminos' de Sant Antoni (ríe). Menos el último curso, que lo hice en el colegio de Sant Josep, fui siempre al de Sant Agustí, con doña Margarita. Cada mañana íbamos en bicicleta hasta que mi padre se compró el coche. Al terminar el colegio estudié Auxiliar Administrativo en Formación Profesional, pero no acababa de ser lo mío. Fue una etapa muy divertida, corriendo con la Mobilette por las ‘feixes' con mi amiga Cati (ríe). Todavía conservo tanto la Mobilette (que la tengo que restaurar algún día) como la amistad con Cati.
—¿Qué hizo al terminar los estudios?
—Empezar a tarbajar, claro. El primer empleo fue en el souvenir Lion, que era de mi hermana Antonia. Unos años más tarde le vendió el negocio a Toni d'en Pere Toni y conectamos tan bien que me quedé trabajando con él unos años más como autónoma. Nos lo pasábamos pipa con los turistas, haciendo fiestas con ellos y bebiendo sangría (ríe). Se les cogía cariño, se quedaban aquí un par de semanas y venían cada día a la tienda. Este tipo de vínculo con los turistas hoy ya no sería posible. El turismo de ahora es terrible, muy distinto al que había antes. De hecho, en verano, procuro ni acercarme por las zonas más turísticas, lo dejan todo hecho una guarrada. Sin embargo tengo la tienda bastante alejada del centro turístico y no se acercan mucho por aquí. Aunque alguno se pierde y acaba comprando algo, como una señora holandesa que se llevó un vestido de madrina para una boda que tenía en su país. El turismo de Sant Antoni tiene que cambiar, pero sin caer en el lujo, que se acaba llevando el dinero lejos de aquí.
—Entiendo que trabajaba durante la temporada de verano.
—Sí. Pero no volvería a trabajar de esa manera, por muy bien que me lo pasara (ríe). Lo dejé cuando mi madrina, Maria de Can Guasch, vino a buscarme para trabajar en la tienda de moda que abrió en Sant Antoni, ‘Estil d'avui'. La típica tienda de ropa de pueblo en la que se vendía un estilo de ropa más informal, de señora y de caballero. Estuve con ella ocho años, hasta que decidí dar el paso de ponerme por mi cuenta en un local que compramos en la calle Barcelona de Sant Antoni. La verdad es que fue muy bien desde el principio, me siguió mucha de la clientela que teníamos en la anterior tienda. ¡Había hasta cola para entrar! La gente sacaba la ropa hasta de las cajas, como pasa hoy en día en el Primark y lugares por el estilo (ríe). Tuvo tanto éxito, que al cabo de dos o tres años pudimos ampliar la tienda comprando el local de al lado, donde había una librería.
—Me está hablando en plural a la hora de referirse a su tienda, ¿tenía algún socio?
—Hablo en plural porque mi marido, José, me ayudó mucho desde el principio. Nos casamos en el 93, cinco años antes de abrir la tienda, y tuvimos tres hijos: Natalia, Marc y Jordi. He tenido mucha suerte con mi familia, que es maravillosa.
—¿Siguió el mismo modelo de negocio que en la anterior tienda?
—Al principio sí, era una tienda de pueblo de ropa más básica. Pero con la llegada de las franquicias y las ventas por internet a principios de los 2000 tuve que reinventarme. Si empecé vendiendo cuatro camisas o pantalones con los que salir a la calle, cambié para vender vestidos de fiesta a madrinas de bodas o a novios. He tenido la suerte de encontrar muy buenas modistas de Ibiza, como Cristina, Isabel o Mar, que me arreglan los vestidos de las clientas cuando es necesario. También tengo buenas firmas, como Sonia Peña, por ejemplo, y siempre estoy buscando. No es fácil: no es lo mismo vender ropa de 20 o 50 euros que vestidos de 400 o 700. Por eso siempre tienen que quedar perfectos.
—Habrá vivido anécdotas durante todos estos años vendiendo vestidos de fiesta.
—Sin duda, es normal que siempre pasen cosas. Como cuando una clienta se compró un vestido en octubre para una boda que tenía en marzo. Durante todo ese tiempo se ve que fue demasiado de tapias y esas cosas y, cuando llegó la fecha de la boda, el mismo vestido que antes le quedaba pintado, no le cabía. Como siempre, conseguimos solucionarlo para que le acabara entrando (ríe). Por eso cuento siempre con las modistas. El otro día se me llegó a enfadar una clienta por todas las veces que le hice probar el vestido, pero es que no son vestidos que se puedan arreglar como si fueran cualquier prenda de calle y, al final, las clientas siempre salen satisfechas. Lo que más me gratifica es cuando, después de la boda, me mandan un mensaje diciéndome que han sido las más guapas de la fiesta. Otra cosa que suele pasar es que vengan clientas que han estado recorriendo tiendas en Barcelona o Madrid sin encontrar nada que les convenciera y aquí acaban encontrando el vestido que querían. Tengo mucha variedad de ropa y, si hablamos de ropa para hombre, soy la única que queda en todo Sant Antoni.
—¿Son más fáciles de vestir los hombres que las mujeres?
—¡Sin duda! Sin ir más lejos, el otro día vinieron dos chicos a las 10:30 de la mañana para una boda que era a las 12:30 (ríe). Tuvo que venir la modista corriendo para arreglarle la altura de los pantalones, pero llegaron a la boda con sus trajes impecables.
—Por lo general, ¿considera que los ibicencos vestimos bien?
—¡Claro que sí! Es verdad que hay gente muy reacia a ponerse traje y que, en el día a día vestimos más informales. Pero a la hora de ir a una boda o una celebración importante, sabemos vestirnos e ir elegantes. Es un respeto hacia quienes se casan. Lo que no gusta tanto es lo del ‘dress-code' que te digan cómo vestirte, todos de blanco o de verde o cómo sea no suele gustar.
—Como tienda de pueblo, ¿ha creado vínculo con su clientela?
—¡Ya lo creo! Mantengo clientas desde hace más de 30 años, de cuando estaba en la tienda de mi madrina. Cada año celebro un brindis por Navidad, y la tienda se acaba llenando de clientas, hay algunas que no fallan nunca. Es una manera de agradecerles la fidelidad. Además, ya veréis en Nochevieja lo guapos que irán Maite y Arnau en la TEF, ¡menudos dos bombones!