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«Cambié la sotana por las minifaldas»

Toni Tur vivió la llegada de las primeras turistas desde el Seminario antes de convertirse en maestro

Toni Tur tras su charla con ‘Periódico de Ibiza y Formentera’. | Toni Planells

| Ibiza |

Toni Tur (Vila, 1952) se incorporó al Seminario de Ibiza tras haber crecido en Cataluña con la idea de convertirse en sacerdote. Una vocación que no tenía del todo clara y que acabó abandonando. Tras trabajar en distintos establecimientos, hizo la mili en uno de los peores reemplazos de la historia en Ibiza en 1972, cuando le tocó recoger los restos del accidente aéreo de Ses Roques Altes. Formado en Magisterio en la Universidad de Barcelona, ejerció como maestro de Religión durante más de una década antes de dedicarse a la venta y representación de bebidas y productos alimenticios.

—¿Dónde nació usted?
—Nací en el Carrer d'Enmig. Yo soy el segundo de tres hermanos. Rosa es la mayor y Vicent el pequeño. Mis padres eran Vicent Jonqueret, de Sant Miquel y Catalina de Can Savi, de Sant Llorenç.

—¿A qué se dedicaban sus padres?
—Mi padre fue maestro de escuela en Ibiza durante muchos años. Estuvo dando clases en Sant Mateu o Santa Eulària antes de que se sacara las oposiciones para secretario del Ayuntamiento. Obtuvo la segunda mejor nota de toda España por detrás de alguien que era amigo del mismo Franco.

—Llama la atención que una persona como su padre, un ibicenco de Sant Miquel, tuviera estudios.
—Mi padre era muy inteligente. Era el pequeño de siete hermanos y, entre toda su familia, se ocuparon de que pudiera tener estudios.

—¿Creció en Vila?
—No. Como mi padre se había sacado las oposiciones, lo destinaron a Cataluña. Yo solo tenía dos meses cuando nos fuimos a Alpens, donde nació mi hermano y donde crecí hasta que tuve unos 10 u 11 años, aunque los dos últimos años estuvimos en Avinyonet del Penedès. Allí es donde murió mi padre con solo 50 años. Fue entonces cuando volvimos a Ibiza. A la vuelta fuimos a vivir a ‘ses Protegides', donde vivía mi abuela, y enseguida empecé a ir al Seminario. Allí eran muy estrictos; por cualquier cosa te pegaban un capón de esos que veías las estrellas. Una vez, en el tiempo de estudio, en el pupitre de delante de mí estaban Pep y Pedro, de Salines y de Santa Eulària, respectivamente. El profesor se estaba despistando y ya había llegado la hora del recreo, así que estos dos se pusieron a cantar, escondidos detrás de los libros ‘recreeeeeo, recreeeeeo, eo eo eeeeo…'. El profesor se enfadó y dijo que no había recreo hasta que no saliera quien estaba cantando eso. El de Santa Eulària le dijo que, a la de tres, se levantarían para reconocer que habían sido ellos. Cuando contaron tres, éste se quedó sentado y el saliner' se quedó solo de pie. Nunca había visto al profesor tan enfadado; ¡le pegó hasta con los puños! Cuando terminó, el de Santa Eulària le dijo al saliner: ‘Jas, per ase!' (¡toma, por tonto!). Menudo cabronazo estaba hecho [ríe].

—¿Iba al Seminario para hacerse sacerdote?
—Al principio sí, pero cambié la sotana por las minifaldas [ríe]. Era la época en la que empezaban a llegar chicas guapas con minifalda por allí delante y no tardé en preguntarme qué hacía yo allí. Además, cada mañana me esperaba detrás de la ventana para ver a mi vecina salir de su casa, el día que no la veía, tenía un mal día. Me gustaban demasiado las mujeres y, sinceramente, no hubiera sido nunca un buen sacerdote. Sin embargo, me guardé un espermatozoide con la vocación y mi hijo mayor, Vicent, acabó haciéndose cura. Ha estado como párroco cuatro años en Sant Joan, pero ahora está en Valencia dando clases de Teología en la Universidad. Don Lucas, que era nuestro vecino, tuvo mucho que ver en su vocación desde muy pequeño. Tendría siete años cuando, en una matanza, dijo una misa entera. Estoy seguro de que ha heredado el ‘cerebrito' de mi padre.

—¿Siguió con sus estudios?
—Tras el Seminario, hice COU en Santa María. Pero antes de seguir estudiando, me puse a trabajar en el supermercado Cop, como segundo encargado, durante un año. Después me hice voluntario en la mili. La terminé en 1972, el año del accidente aéreo de Ses Roques Altes. Nos tocó a todos ir allí a recoger los restos humanos. Fue un horror tan grande que no se puede ni describir. Nos dieron una botella de coñac a cada uno de nosotros para que pudiéramos soportarlo. Estoy seguro que, tras esa experiencia, muchos de mis compañeros no volvieron a comer carne ni a subirse a un avión. Yo también cogí pánico a los aviones. Para poder superar ese trauma, más adelante, me hice piloto. Primero de ultraligero y, después, de avioneta privada. Al terminar la mili volví a trabajar durante unos años antes de retomar los estudios con 24 años.

¿Qué estudió?
—Me fui a Barcelona para estudiar Magisterio. Poco antes de terminar la carrera me llamaron desde Ibiza para trabajar en los souvenirs Art como encargado. Francisco Ramon Marí, el dueño de los souvenirs, le estuvo insistiendo a mi hermano durante un tiempo hasta que me convencieron. Marí también había sido maestro, pero con el éxito que tuvo con sus tiendas, acabó dejando ese oficio junto a Balansat, su socio, se puso a abrir más y más tiendas. A mí me convenció asegurándome que ganaría el doble de lo que ganaría como maestro. De esta manera, estuve un año en la tienda de Sant Antoni y cinco más en la de Santa Eulària. En esa época nacieron mis dos primeros hijos, Vicent y Neus con mi primera mujer, con quien también tuve a mi hija Montse. Me casé en 1980 y, diez años más tarde, nos separamos. Con mi segunda mujer ya llevo más de 30 años juntos y hemos tenido cuatro hijos más: Eva, Adán, Rebeca y David. La verdad es que tengo 11 tesoros y otro en camino, contando mis siete hijos, mis cuatro nietas y el quinto que está por llegar.

—¿Llegó a ejercer como maestro?
—Sí. Estuve más de 12 o 15 años como maestro de Religión en distintos colegios de toda Ibiza: los dos de Santa Eulària, Can Misses, sa Blanca Dona, Es Vedrà, Sa Bodega, Sant Jordi… Donde más tiempo estuve fue en Santa Gertrudis, donde estuve unos 10 años de lo más gratificantes. Sin embargo, con el tiempo, me di cuenta de que la docencia no era lo mío. Enseñar es algo muy importante y cuando das clases sin ganas los alumnos lo perciben. Así que lo dejé.

—¿Qué hizo al dejar la docencia?
—Me puse a trabajar como vendedor en Comercial Guasch. Allí teníamos representaciones como Estrella Damm, además de vinos, conservas y cualquier cosa. Acerté con el oficio; me gustó mucho y no lo dejé hasta la jubilación. Me gusta mucho tratar con la gente. De hecho, había un cliente que era especialmente antipático en el kiosco de Portinatx. Sin embargo, yo lo trataba con la misma simpatía y cariño que a cualquier otro. Que alguien no sea agradable no debe convertirte a ti en lo mismo. Total, que nos llegamos a hacer muy amigos. Tanto que, en un momento que tuve un apuro económico, solo con contárselo, al momento me trajo el dinero que necesitaba sin que ni siquiera se lo hubiera pedido. Cuando das cariño y amor recibes lo mismo. Estos son los valores que he cultivado siempre y que he inculcado a mis hijos. También he procurado educarles siempre en el respeto a los mayores. Son verdaderas enciclopedias y agradecen como nadie que se les escuche. Deberíamos ir todos una hora cada día a escucharles a las residencias. Yo he aprendido más de los mayores que en la Universidad. Cuando mis hijos eran pequeños y me preguntaban qué debían ser cuando fueran mayores yo solo tenía una respuesta: buenas personas. Las carreras que estudiaran ya era cosa suya. Con el tiempo solo puedo hablar de lo orgulloso que estoy de todos ellos.

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