José Antonio Roselló (Ibiza, 1957) creció en Dalt Vila y trabajó en el mundo de la farmacia antes de convertirse en abogado laboralista tras empezar a estudiar la carrera de Derecho a los 30 años.
— ¿De dónde es usted?
— Soy de Dalt Vila. Nací en la clínica de Villangómez y crecí en Dalt Vila, en la calle San José concretamente, justo debajo del Seminario y muy cerca del Hospitalet. Yo era el tercero de los siete hijos que tuvieron mis padres, cinco chicas y dos chicos. Yo fui el primero de los chicos.
— ¿A qué se dedicaban sus padres?
— Mi madre, Antonia, que venía de Sant Rafel, de Can Matà, era literalmente y en el mejor sentido de la palabra, una ama de casa. Mi padre, Pepe Garrovetes (él era el pequeño de los hermanos de Can Garroves), alternaba el trabajo en la hostelería, en Cala Gració, durante la temporada de verano y el de la construcción durante el resto del año. Éramos una familia humilde, no nos faltó nunca de nada, pero siempre fuimos pegados al suelo. La casa en la que vivíamos todos era de alquiler, pagábamos 30 duros al mes (hoy no equivale ni a un euro) y ya nos parecía una fortuna.
— ¿Cómo fue su juventud en Dalt Vila?
— Fue divertida. Nos peleábamos entre nosotros bastante a menudo, aunque no éramos de los que se pegaban pedradas como hacían los de la Marina o los de sa Penya. Mi padre me llevaba a pescar con él muy a menudo. Íbamos al Salt de s'Ase o a la Cova de ses Dones, por ejemplo. Antes íbamos a por gambas para usarlas como cebo a la Barra, la zona que iba desde el Club Náutico hasta Talamanca. Toda esa zona, donde ahora está la Marina Botafoc, era un auténtico pantano donde podías coger desde gambas hasta pulpos o anguilas solo arrastrando un trapo blanco por el agua. Nos gustaba mucho jugar a fútbol y, a la salida del colegio, tanto al mediodía como por la tarde nos juntábamos para jugar en el Portal Nou. Allí había una intendencia militar y una gran explanada donde solían aparcar los camiones al terminar la jornada. A la hora que íbamos nosotros, los camiones estaban trabajando y nosotros jugábamos allí. A fútbol, a pico-zorro-teide, policías y ladrones…
— ¿Dónde fue al colegio?
— Al principio, fui a párvulos con María Muntaner justo delante de Can Botino. Después, al colegio fui al antiguo Ayuntamiento. Allí daba clases un profesor muy popular, don Joan ‘des Cubano', aunque a mí me tocó don José Oliver. Eran tiempos del franquismo y cada tarde hacíamos una pausa para que nos dieran leche. Siempre fui buen estudiante y don José solía ponerme a enseñar a leer a los más pequeños. Después, en el 71, fui a estudiar a Sa Real, que entonces todavía había quien lo conocía como ‘El Asilo' y que después empezó a llamarse Juan XXIII. Allí tuve a don Vicent Serra como profesor. Era muy severo, pero con él aprendí más que con nadie.
— ¿Siguió con los estudios?
— Entonces no. Al terminar Primaria, mi padre habló con Manolo Villangómez y enseguida me puse a trabajar en su farmacia, en la calle Aníbal, delante de la tienda de Paco ‘Lleig', donde comprábamos las canicas. Estuve trabajando allí hasta que hice la mili con 21 años. A la vuelta no tardé en ponerme a trabajar para una distribuidora de medicamentos, Bamesa, donde estuve trabajando desde el 82 hasta el 94. Nací en la clínica de Villangómez, trabajé en la farmacia de Villangómez y serví medicamentos al doctor Villangómez (ríe).
— ¿Salía mucho de fiesta en aquella época?
— La verdad es que nunca fui muy de despiporre. Me atraía más el lado intelectual, prefería devorar libros. Eso no significa que no me gustara salir por ahí a divertirme y a conocer chicas. Salíamos por el Mar Blau, el Play Boy o el San Francisco y no me costaba demasiado ligar. Estuve casado desde el 87 hasta 2014 con Margarita y tuvimos dos hijos, Carlos y Miguel.
— Nos ha dicho «entonces no» al preguntarle si había seguido estudiando, ¿estudió más adelante?
— Así es. No volví a estudiar hasta que tuve 30 años, cuando me puse a estudiar Derecho a través de la UNED. Trabajaba todo el día y estudiaba toda la noche y logré sacarme los cinco cursos en cinco años. En el 86 me afilié a CC.OO. y, desde allí, me informaron de cómo sacarme la carrera. Diez años más tarde, el 29 de febrero del 96, empecé a ejercer como abogado laboralista. Trabajo que sigo ejerciendo hoy en día para UGT.
— Desde su experiencia como abogado laboralista, ¿considera que en Ibiza hay explotación laboral?
— Explotación, no. Lo que pasa es que el hecho de tener un buen trabajo en Ibiza no te garantiza poder pagar una vivienda y los gastos de una familia normal y corriente. Lo que en otro lugar sería un buen sueldo, en Ibiza no te permite pagar los gastos ni, por ejemplo, que tus hijos marchen a estudiar a la universidad. Para poder medio vivir bien en Ibiza, se necesita un mínimo de 3.000 euros al mes. (Reflexiona) Y es poco si piensas que un hijo necesita una endodoncia, otro se va a la universidad y vives de alquiler.
— ¿Considera que cambiará esta situación?
— No. Como mucho, esta situación está destinada a reconducirse. Habrá que, no solo pensar en aumentar salarios, sino también en la reducción de horas laborales. Si con 10 horas diarias no te da para mantener a la familia, lo normal es que pidas un aumento de salario y una disminución de horas de trabajo. Claro, esto es algo que a los empresarios no les interesa e intentarán retrasar la reducción de jornada todo lo que puedan.
— ¿El peso del sector de la patronal en Ibiza está compensado con el de los trabajadores?
— No es que los obreros estén dormidos, pero el empresariado siempre ha tenido un peso específico muy significativo en Ibiza. A día de hoy ellos son quienes siguen poniendo las condiciones. Mientras siga así, los derechos de los trabajadores siempre irán a la baja. La fuerza de los trabajadores siempre ha sido mucho más limitada que la de los empresarios. Es muy difícil que la gente trabajadora se ponga manos a la obra para exigir esto o lo otro. Además, lo que más resta es la ignorancia de los trabajadores en materia laboral. El desconocimiento de las leyes, los derechos y las obligaciones es total.
— Sin embargo, venimos de una huelga de basuras que ha acabado de manera positiva para las reivindicaciones de los obreros, ¿es posible llegar a ver movilizaciones de camareros como las que se vieron con las Kellys hace unos años?
— Así es. Aunque no soy muy partidario de las huelgas indefinidas. Ninguna de las dos partes quiere perder y cada una lucha hasta donde puede. Es un riesgo y te expones a conseguir el efecto contrario al deseado. Respecto a los camareros, ahora mismo lo que está pasando es que se buscan camareros. Sin embargo, se siguen ofreciendo sueldos de miseria.