Llevan más de cinco siglos de opresión y aún mantienen intacto el coraje de un pueblo que se sabe orgulloso de sus creencias y diferencias. La cara de los que consideran enemigos ha cambiado con el tiempo, antes guerreros y ahora multinacionales, pero el objetivo siempre ha sido la destrucción de una cultura que entiende la tierra como un bien intransferible y atada a la memoria colectiva de presentes y fallecidos.
El último ataque contra los mapuches es la construcción de una presa, la segunda en el seno de un megaproyecto encabezado por la empresa de electricidad Endesa España consistente en cubrir la zona con otras cinco instalaciones similares. Dicha iniciativa, que supondría la expulsión de al menos siete familias (algunas de ellas hasta con siete hijos) se encuentra en clara contradicción con las leyes indígenas, por lo que deberán ser ahora los tribunales los encargados de dirimir si pesa más ésta o la normativa hidroeléctrica del Estado chileno. Pero mientras la justicia se pronuncia, sus escasas esperanzas de victoria han llevado a Carolina, Armando y Nicolasa a atravesar miles de kilómetros para dar voz a las protestas y llegar hasta Holanda, Noruega o la península ibérica con una réplica unánime.
Junto a ellos viajan también una responsable de la Dirección General de Cooperación del Govern y Patricia Ballesteros, una voluntaria menorquina que el pasado año fue detenida cuando participaba en una manifestación para evitar que la iniciativa se consolidara.
Todo el grupo contó ayer con una apretada agenda que se inició por la mañana con una recepción de la consellera Sofía Hernanz, un encuentro a las dos y media con el alcalde de Eivissa, Xico Tarrés, y una conferencia a las ocho de la tarde en el que dieron a conocer a los ibicencos sus incertidumbres.