Sant Joan dio ayer un salto al pasado y lo hizo en apenas diez minutos. Fue el tiempo que los 20 participantes en la III Vuelta a Eivissa emplearon en ubicar sus vehículos en pleno centro urbano. Auténticas joyas de la automoción, todas ellas anteriores a la segunda guerra mundial (el más moderno era un Buick de 1938) deslumbraron a propios y extraños en virtud de la iniciativa organizada por el Antic Car Club de Catalunya, entidad que ha decidido, tras siete años de ausencia, regresar a una experiencia en la que se combina a partes iguales «la afición y el deseo de pasarlo bien», tal y como apuntaba Ramon Magriña, uno de los propietarios. Los protagonistas llegaron ayer procedentes de Barcelona y prolongarán su estancia durante tres días para los cuales han programado una completa agenda que no olvida ninguno de los rincones de la isla. Hoy mismo estarán en la capital donde harán valer el buen estado de estos modelos legendarios. Incluso el más antiguo, un Berliet de principios de siglo, se conserva en perfecta forma. Citas emblemáticas para los amantes del motor como el Rally de Sitges o ferias internacionales tan importantes como la de Hersey en Norteamérica o las inglesas son algunos de los lugares de referencia para este colectivo que agrupa a cerca de 300 socios, franceses, ingleses y fundamentalmente, catalanes.
En esta ocasión, les acompaña un periodista especializado, Andrés Ruiz, de la revista «Motor clásico», una publicación de difusión nacional que cuenta con una tirada de cerca de 20.000 ejemplares, lo que da una idea del atractivo con el que cuentan actividades de esta índole. Ruiz lo justifica así: «es cierto que a simple vista puede parecer elitista pero, en cierto modo es como la pintura. Nos puede gustar un Picasso o iniciarnos con algo más asequible. Aquí ocurre exactamente igual: un clásico deportivo llega a adquirirse por dos millones y medio de pesetas y piezas de recambio para nombres emblemáticos de esta industria como el Ford T no valen más que los de un Fiesta actual».