Los artesanos combinaron su actividad con un despliegue de artistas que rodeaban sus puestos y decoraban con malabares o acrobacias los diversos escenarios en que se desarrollaban los actos. El arte del más difícil todavía no es, contra lo que algunos pudieran pensar, un reclamo del siglo XX. Foc i Fum protagonizó a lo largo de toda la jornada un pasacalles que pretendía, según recalcaron los componentes de la formación, «sumarse a este día de fiesta y dar otra visión de la historia de Eivissa». Para ello dispusieron de un jorobado, un mendigo ciego (acompañado, como no, de lazarillo) doncellas y apuestos cortesanos que animaban a propios y extraños.
La música tampoco faltó a la cita y desde los espontáneos que quisieron aportar su granito de arena, (resaltar la presencia de un peculiar juglar con guitarra eléctrica incluida) a los más aventajados, cientos de personas afinaron su nota particular en la celebración. A las diez y media la Banda Ciutat d'Eivissa fue la responsable de la bienvenida a las autoridades. El concierto de órgano de Adolfo Villalonga en la Iglesia de Santo Domingo y la colla de la Vila en el Portal de las Tablas se superpusieron en el tiempo, dividendo a los aficionados que no sabían donde centrar su atención.
En el claustro del Ayuntamiento comenzó, poco antes del mediodía, una demostración de ball pagès que concentró por unos instantes a todas las autoridades (que no eran pocas) presentes en la fiesta medieval. El Coro del Conservatorio no podía faltar a la cita y ofreció su armonioso visión de la fiesta a las doce en el recinto catedralicio. El conjunto «Tierras del Cid» de Burgos, a las ocho de la tarde, puso el aspecto más curioso de la jornada que se completó con los alumnos del Patronato Municipal de Música.
· Nieves Ibarrondo.