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Los tambores llenaron de música Benirràs

La fiesta de la luna llena congregó el pasado martes a varios cientos de personas en la costa de Sant Joan, mucha menos gente que en anteriores ediciones

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Todos los meses de agosto, cuando la luna llega a su máximo esplendor, la playa de Benirràs acoge una de las fiestas más populares: la de los tambores. La noche del pasado martes esta tradición no escrita volvió a cumplirse y la costa de Sant Joan congregó a varios centenares de personas. Incluso la noche del lunes la playa reunió también a numeroso público.

A pesar de todo, la fiesta de este año, que en las últimas ediciones ha provocado cierta polémica entre las instituciones y los ecologistas, reunió a menos personas que otros veranos. Al menos en esta ocasión no era necesario dejar el coche unos kilómetros antes de llegar debido a los monumentales atascos que se organizaban. En esta ocasión no se presentó ningún miembro de las fuerzas de seguridad para controlar la llegada de los asistentes; en otras ocasiones, las colas que se montaban a pie de playa eran interminables y se necesitaba la mediación de la Guardia Civil.

Desde primera hora de la tarde, cuando todavía lucía el sol, los asistentes a la fiesta comenzaron a llegar a la playa. Hasta las siete de la madrugada, decenas de personas continuaban bailando al ritmo que marcaban los percusionistas. En esta ocasión, la principal atracción fueron los miembros del conjunto catalán 'La Batuké', que demostraron ser unos virtuosos de los tambores. Un grupo de malabaristas se encargó de acompañar la música con su espectáculo de fuego. La gente, mientras tanto, se reunía en corrillos para charlar y beber todo lo que se había traído de casa a la luz de las velas y de la luna llena. Sin embargo, en esta ocasión la temperatura no acompañó: varias personas pasaron la noche parapetadas tras una manta y no era raro ver a gente protegiéndose del frío como podía. A pesar de todo algunos valientes se atrevieron a lanzarse al mar y nadar sobre el reflejo de la luna. La marcha no decayó hasta la mañana del día siguiente. A las siete todavía eran muchos los que continuaban moviendo sus cuerpos al ritmo de los tambores. Otros, sin embargo, trataban de echar una cabezadita sobre la arena.

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