Los toros de Osborne hace mucho que dejaron de ser un mero cartel publicitario para convertirse en símbolo de lo español. Desde que a mediados de esta década se prohibió por ley la instalación de reclamos en las carreteras, el mensaje que el animal llevaba implícito sobre su cuerpo desapareció. Pero el texto legal no pudo acabar con su figura. Ésta se ha convertido en fetiche.
El toro se ha insertado en pegatinas con la bandera española, ha sido protagonista de fotos, ha presidido la portada de periódicos en muchas ocasiones e, incluso, cual fragmento del muro de Berlín, ha sufrido mutilaciones por parte de los fanáticos del mundo taurino. En Eivissa se expone la cabeza de uno de estos toros en una peluquería ubicada en la zona de la Marina. Los cuernos del toro aparecen también en las tarjetas de visita que su propietario, Fréderic, da a sus clientes.
Desde que se abrió el negocio el toro se convirtió en el reclamo. Su anterior propietario era un francés que en su día «cazó» esta pieza en una visita a España. De su casa pasó a la peluquería, debido a la amistad que le unía con Fréderic.
Las carreteras han dejado de ser el hábitat natural de estos animales metálicos. Hoy son motivo de culto. Los clientes que al mirarse en el espejo de la peluquería de marras que no se asusten. Ni su pareja le habrá sido infiel ni su persona proyectará una sombra taurina. Es el toro por excelencia de lo español, cuya cabeza reposa en el tabique del negocio de Fréderic.