Transformación y crecimiento, estos son básicamente los influjos de la Luna, que en el Sol no se dan. Él está ahí, espléndido, sin necesitar de nadie ni para lucir ni para dar calor. La Luna, en cambio, no tiene luz propia y depende del Sol para ser vista; además cambia de tamaño en una progresión y decrecimiento, haciéndolo de forma cíclica. En la pareja Sol-Luna el primero es dador y la segunda receptora, activo y pasivo; de ahí la receptividad del principio femenino representado por la Luna.
La Luna, más humana, se relaciona con los ritmos biológicos y sobre todo con la idea del devenir del ser humano: transformación y crecimiento. Es el indicador celeste de los ritmos de la vida en la Tierra. Si las relaciones entre los planetas formaran un reloj, dada la velocidad de la Luna con respecto a los demás planetas, sería el segundero. Punto a punto marca los ritmos más próximos, las palpitaciones reales del calendario biológico. Las culturas más enraizadas con la naturaleza se rigen por los meses lunares, verdadero calendario natural extremadamente útil.
Los políticos consideraron que en verano debíamos ir dos horas desfasados con la hora solar, en pro del ahorro eléctrico (horas de luz natural). Cuando nos cambian una vez al año las dos horas por una, sufrimos trastornos debidos al desfase con la luz. Imaginemos lo que nos supone estar usando un calendario que nada tiene que ver con los ritmos naturales. Hemos perdido el contacto con el reloj biológico y en la Luna tenemos una advertencia constante de su existencia.