Directamente hace referencia a esa majestuosa estrella de la que emana la luz, el calor, dadora de vida y centro del sistema. El astro adorado en todas las tradiciones antiguas, tanto las más elementales como aquellas que elaboraron complejas mitologías. El Logos Solar ha sido el centro de muchos sistemas de creencias y referencia, como contrapunto de la Luna, la otra polaridad necesaria en nuestros sistemas de comprensión, de la afirmación de identidad.
Pertenecemos a un sistema con un centro energético vital, y nosotros tenemos también un centro vital que es nuestro yo individual, nuestra identidad. El Sol simboliza nuestros procesos y capacidades de autoindividualización, de afirmación. Nadie puede vivir nuestra propia vida; nadie puede conocernos como nosotros mismos. Esa gran cualidad y potencia vitalizadora tiene como prueba la mayor pasión demoledora, la más antigua, cantada con dolor y como advertencia por los poetas: la vanidad. «Vanidad de vanidades, todo es vanidad». Cuánta razón hay al advertirnos de este veneno que muchas veces vivimos como engañoso motor para obtener logros.
Si alguien no es uno mismo, está perdido. Nada más loco y enfermizo como el querer vivir un destino que no le es propio. Muchas veces son las creencias las que nos alejan de nuestro destino único: el que nos indica ser nosotros mismos, no como quisiéramos ser o deberíamos ser.
Cada mañana nace el Sol, cada mañana. Con cada despertar el día, la vida, cuanto sucede, nos invita invariablemente a conectar con nosotros mismos. Nuestras acciones mostrarán y serán frutos de la luz que hayamos sabido ver en nosotros. Sin un esfuerzo de raciocinio, sin la necesidad de elucubrar en un mar de conjeturas, la conexión con nuestra identidad tal y como es alumbrará nuestro entorno y dará fuerza a una capacidad de decisión que nos beneficie.
Frederic Suau