Son muchas las leyendas que giran alrededor de esta mítica playa de nombre árabe a la que hasta hace un par de años acudían cientos de personas cada noche de luna llena durante los meses de verano para tocar el tambor, bañarse y esperar al amanecer. Pero, fábulas y fantasías aparte, lo que sí hay que destacar de esta cala es su belleza gracias al entorno natural en el que se encuentra. Rodeada de pinos bajos, Benirràs es una bella playa que puede desencantar al visitante por su masificación, sobre todo durante los fines de semana, y la gran presencia de tumbonas que hace que los usuarios de toalla no dispongan de mucho espacio cerca de la orilla.
A esta playa se puede acceder cómodamente en coche o bibicleta o en barco, ya que son muchos los yates y motoras que se acercan cada día hasta su costa para fondear y disfrutar de un entorno coronado por el famoso Cap Bernat, un peñón situado en el centro de la ensenada que desemboca en esta conocida playa a la que acuden todo tipo de ambienes.
«Las familias se mueven más durante la mañana y por la tarde y la gente joven prefiere venir por la tarde-noche a la playa», comenta el responsable del Roca y Mar, uno de los dos restaurantes del lugar. «Los domingos sobre todo es cuando vienen muchos jóvenes con sus tambores a ver la puesta de sol aquí», explica el dueño del restaurante Roca y Mar situado a pie de playa.
Además de la masificación puede resultar un contratiempo meterse en el agua ya que esta playa cuenta con muchas rocas en la zona de la orilla, por lo que es recomendable ponerse calzado para baño o bien poner mucha atención y ver dónde se pisa para evitar caídas.
En el extremo izquierdo de la playa nace un estrecho sendero de pies que conduce a una minúscula cala de unos 20 metros a la que se accede desde el monte y que es frecuentada por amantes de la soledad, algo imposible de conseguir en 150 metros de longitud y 40 de ancho de la playa de Benirràs.
E.Estévez