L legando ya al fin de la vorágine del verano y con la llegada de las primeras lluvias voy a dedicar mis páginas a personajes adecuados a temas más serios y adecuados al tiempo de otoño. Estos días de lluvia de encuartelamiento obligado en casa han hecho que pensase en cambios dentro de la temática de mis páginas. También he aprovechado pensar en la evolución de la isla para anunciar que en el futuro voy a dedicarme a tratar los cambios que ha sufrido Ibiza y su evolución hacia un amarbellamiento a pasos agigantados que ha tocado fondo con la aparición de Jesús Gil en la isla hace apenas dos semanas.
En contraste con todo este ambiente decadente y falso que se vende de la isla, he de decir que yo tuve una cena muy reposada y tranquila, con una larga y muy acogedora sobremesa en casa de los Colinas, me refiero al poeta Antonio Colinas y a su mujer, María José, que contrastaba totalmente con este otro verano ibicenco tan ajetreado y que tanto destesto.
Conozco a Antonio Colinas desde que llegó a Ibiza recién salido de sus años en Italia y, precisamente, me lo presentó en una librería un amigo común, Carlos Bousoño, actualmente académico, y recuerdo que después de la despedida Carlos me hizo el siguiente comentario: «No pierdas de vista a este joven poeta porque en el mundo de la literatura va a ocupar un lugar importante», y, efectivamente, esta predicción de Carlos se ha realizado con los años, algo que me alegra enormemente.
Con los Colinas tengo una larga y enriquecedora amistad y aprovecho estas líneas para dar a esta página un gino más intelectual hablando sobre su figura. Tanto Antonio como María José son una pareja encantadora y pienso que él tiene una personalidad un tanto retraida. Es tímido y poco comunicativo si no está relajado y entre personas de su confianza con las que se sienta a gusto. Como contrapunto le va perfectamente como complemento su media naranja, María José, que es una mujer muy extrovertida y muy vital con grandes dotes comunicativas, que creo que ha rodeado a su marido en su hogar y en su vida cotidiana de una paz y una tranquilidad que son muy necesarias para el escritor.
A mi modesto entender y siguiendo la trayectoria de Antonio Colinas, he llegado a la conclusión de que tiene un antes y un después de Italia, donde pasó alrededor de 3 años, ya que tanto el país como la cultura hicieron gran mella en su trayectoria personal y creativa.
Tras su etapa italiana se trasladó a Ibiza donde pasó alrededor de 20 años, donde, durante su estancia también pienso que se gestó otra etapa muy definida de su vida por lo que puede decirse que hay un antes y un después de la isla en su trayectoria humana.
Antonio se adaptó fácilmente a la isla en su retiro en el campo y tanto los habitantes como el ambiente artístico, la luz y la tranquilidad del interior de la isla han influido notablemente en su poesía y, de una forma muy especial en algún libro que ha dedicado a esta tierra como 'La nave de piedra' o 'La llamada de los árboles', éste último con poemas dedicados al algarrobo, almendro, higuera, pino y el olivo de gran belleza y que de vez en cuando me gusta releer.
Estoy seguro de que esta producción literaria habría sido diferente si Colinas se encontrase viviendo en otras latitudes.
Una de las anécdotas que recuerdo con más cariño de este gran poeta es la de cuando consiguió el Premio Nacional de Poesía. Estando en Ibiza obtuvo el Premio Nacional de Poesía y, al estar en el campo y sin teléfono, cuento como anécdota que ni el jurado ni el Ministerio pudieron ponerse en contacto con él para comunicarle que había conseguido el galardón. Entonces, un miembro del jurado, a través de Carlos Bousoño, me llamó y yo, además de comunicárselo al propio Colinas, se lo dije a la prensa local.