Mi memoria y mis recuerdos me trasladan hoy a una época para mí maravillosa que fueron los años del bachillerato. Años llenos de amistad con los compañeros, de recuerdos imborrables en el instituto de Ibiza, que entonces estaba en lo que hoy es el edificio deAyuntamiento y que al mismo tiempo era cárcel y el único instituto que existía en Ibiza y Formentera. De los profesores tengo unos recuerdos entrañables, una extraordinaria admiración por todos ellos. Entre otros, acuden a mi memoria Mario Tur de Montis, el director del centro don Manuel Sorá, la profesora de literatura doña Estela y de una manera muy especial a don Isidoro Macabich Llobet, profesor de religión durante los siete años del bachillerato. A este último voy a dedicar hoy mi artículo.
Era un hombre con una personalidad extraordinaria y fuerte y de gran tesón que defendía sus convicciones de manera absoluta y brillante. Era un conversador muy ameno y aunque sus clases eran en teoría sobre religión muchas veces derivaban sobre temas de la isla y de esa forma hacía alarde de un ibicenquismo como no he visto otro igual en mi vida. Tenía una extraordinaria devoción mariana y fue el que creó la Congregación Mariana y el que puso los pilares para la procesión deViernes Santo. Anécdotas sobre él habría para escribir varios libros, pero recuerdo especialmente una en la que después de unos ejercicios espirituales unos cuantos curas se disponían a atender las confesiones. Los alumnos de siete cursos nos distribuíamos haciendo cola frente a varios confesionarios, pero el suyo siempre quedaba vacío porque nadie quería confesarse con un profesor por si después tomaba represalias con las notas; entonces él salía, se iba a una cola y se iba llevando a algunos alumnos para que se confesasen con él.
Junto a su devoción mariana también destacaba la que tenía por San Isidoro. Con motivo de la festividad de Santo Tomás de Aquino, patrón de los estudiantes, en vez de buscar temas sobre este santo siempre nos hacía leer textos sobre San Isidoro. También tenía su vanidad porque aunque se le notaba un hombre totalmente apartado del mundanal ruido, en sus tarjetas aparecían todos sus títulos eclesiásticos y académicos y recuerdo que cuando fue nombrado Prelado Doméstico de su Santidad, al día siguiente apareció con una borla y una hebilla cosida sobre los zapatos, insignias de ese cargo.
Desgraciadamente en la adolescencia no podíamos apreciar la riqueza personal de los profesores y de una manera especial de don Isidoro. Como un favor especial se ofreció a darnos clases de ibicenco, pero desgraciadamente tampoco lo valoramos.
Terminado el bachillerato, a sus ochenta años, le organizamos en la Sociedad Ebusus un homenaje en el que don Manuel Sorá habló de él como historiador, Mariano Villangómez describió su parte poética, Francisco Verdera de su faceta periodística y yo me ocupé de describirlo como persona. Recibimos muchos telegramas de adhesión, de los presidentes de la Real academia de la Lengua y de la Historia, entre ellos uno de Menéndez Pida.