Cuenta la leyenda que al erizo lo creó el diablo por envidia al cerdo que creó Dios. Y fue por envidia que el erizo le salió así de pequeño, repelente, feo y con muchos pinchos.
El erizo de tierra fue hasta la primera mitad del siglo XX uno de los platos que componían el menú de las gentes del campo ibicenco. En guisados y estofados acompañaban también a las frituras de cerdo, deleitando a los campesinos con su carne frita con patatas y unos dientes de ajo.
El erizo, como buen animal nocturno, era cazado más por la noche
que por el día y para ello, el campesino adiestraba un perro
erizonero (eriçoner) restregándole la amarga piel por el hocico
para que este oliera desde lejos la presencia de su presa y ladrara
frenéticamente para avisar al cazador.
Mariano Planells, en su 'Diccionario de Secretos de Ibiza' relata
que «a mediados de los 50, mi padre solía regresar a casa, acabada
la noche, con una saca de unos 20 erizos que al día siguiente
consumíamos con fruición y delectación». Una práctica que antiguas
generaciones de ibicencos han realizado dejando recuerdos en los
paladares de sus descendientes así como también la memoria de esa
típica forma de preparación que ahora rememoran en familia. Marià
Torres, director del Institut Quartó de Portmany, explica que
después de matarlo «por medio del degüello o un buen golpe», el
modo de limpiar un erizo para dejarlo listo para guisar o freir,
consistía en «insertar un tubito, que generalmente era de caña, por
una de sus patas y mediante un soplido se lograba hinchar al animal
casi como a un globo», de esta forma la piel y los pinchos se
separaban de la carne y de esta forma el pelarlo se volvía cosa
fácil..L.Aversa