La feria más esperada del año cuenta con más de 350 puestos integrados por 40 oficios tradicionales y artísticos que venden sus productos típicos y culturales a lo largo y ancho de la ciudad amurallada.
Un despliegue en el que participan trabajadores llegados desde diferentes lugares de toda España siendo algunos de ellos auténticos especialisitas en ferias históricas. Este es el caso de la 'Panadería Medieval', situada frente al Ayuntamiento, que viaja por todo el país participando exclusivamente en ferias de estas características para vender sus panes hechos en el horno de piedra que forma parte de su equipaje de trabajo.
También ha llegado de Girona el grupo musical 'Els berros de la Cort' para recorrer las calles de Dalt Vila regalando sonidos xeremies medievales a partir de instrumentos como la grolla y la tarota.
A lo largo y alto de este gran mercadillo de culturas se ubican entre puestos de comidas artesanales y adivinadores del futuro los puestos de oficios tradicionales, que elaboran sus productos frente al público enseñando sus formas y mañas de trabajo. Este es el caso de las pageses que utilizando el esparto como materia prima elaboran sanallons (cestos) y sombreros.
La cultura árabe también está presente en la feria ubicada en el Baluard de Santa Llúcia para ofrecer sus mil y un modelos de teteras y cofres y, por un euro, llevarse el nombre propio escrito en 'Duwani', la antigua caligrafía árabe que se utilizaba para la correspondencia del Estado y para la publicación de los mejores poemas. Un sector de artesanos que ha manifestado «un gran descontento con la ubicación» que les ha tocado debido al fuerte viento, que perjudica la estabilidad de los puestos y que ha roto algún que otro producto de los que ofrecen estos feriantes. Por el mismo motivo, la halconería a cargo de Fernando Olmo debió ser trasladada ayer por la mañana, encontrándose ahora detrás del edificio del Ayuntamiento.
El azar también está presente para aquellos que no dudan en querer saber qué les depara el destino. Sorprendentemente hay un puesto de comida típica argentina, que también participa de la feria medieval.
Joyería, disfraces, material para aquellos que deseen comenzar con la carrera de malabarista, hierbas de té para todos los males y dolores existentes, cremas curativas, obras de arte y tallas en madera son algunos de los productos que componen este mercadillo sin fin. También están los vendedores ambulantes, que no por no tener un puesto fijo dejan de caracterizarse para ser parte del mercado. Hay comida hasta hartarse de probar sabores nuevos y extraños y hay pasteles engalanados con dulces irreconocibles pero bienvenidos al paladar.
Al esfuerzo de feriantes y artistas se suman los 150.000 euros de presupuesto global de esta quinta edición. Luciana Aversa