A partir de las de 12,20 y durante veinte minutos el cielo de Eivissa se tiñó de colores. Previsto para las doce en punto, los cientos de personas que se agolpaban en las calles situados estratégicamente para ver los fuegos, les concedieron los veinte minutos de cortesía. Empezaron de una forma tímida y pausada, sin alcanzar mucha altura, para después sorprender.
Según iban pasando los minutos, los colores y las formas empezaron aparecer entre la niebla de pólvora que los mismos fuegos creaban. Rojo, azul y amarillo fueron los colores predominantes. Las imágenes más clásicas abrieron paso a nuevas figuras. Formas geométricas, tréboles de cuatro hojas y flores inundaron el cielo quitando el protagonismo por una noche a las estrellas y la luna.
El sonido ambiente de este espectáculo era un silencio extraño, para tratarse de una ciudad como Eivissa. Parecía que había pasado un ángel, porque el público a penas gesticulo la ya clásica onomatopeya oooh! y sólo un débil aplauso final rompió el silencio. Y eso que este año, después del «libro de quejas» que se recogió el año pasado, cambiaron de nuevo los fuegos al histórico baluarte de Llúcia, desde donde se lanzaban dejando atrás un marco incomparable: Dalt Vila. Una lluvia de luz se reflejaba en el mar, y las calles del centro de Eivissa atestadas de gente, despedían las Festes de la Terra del 2004. Cristina Nieto.