En los últimos años de su vida Smilja sufrió poco a poco notables cambios que la convirtieron en un ser completamente diferente a la Smilja despreocupada, libre y divertida que llegó a Ibiza. Era prisionera del personaje que había creado, era más aburrida, demasiado interesada en la política y los políticos, tenía un interés insaciable por meter la nariz en todas partes, deseaba saberlo todo y su carácter cambió completamente; era bastante aburrida, se repetía constantemente, perdió algo de su memoria y buena parte de sus antiguos amigos, algunos muy buenos y muy leales de su primera época; quedábamos unos pocos que ella frecuentaba y no quería perder. Sus nuevas amistades eran la mayoría gente que se aprovechaba de ella en algún sentido o bien era ella la que se beneficiaba de ellos, pero a su alrededor ya no había el calor humano de antes ni el ambiente divertido que le había hecho famosa. Por otra parte, yo me daba cuenta que perdía facultades, su mente no era tan rápida como antes, tenía olvidos notables y se había convertido en un ser muy discutidor y fácilmente irritable.
Todo esto no sé si achacarlo a la edad o bien a que ella no se encontraba bien de salud, lo cual era tema tabú. Detestaba hablar de médicos y de enfermedades, para ella estar enferma era una situación de debilidad que no podía admitir. Odiaba las visitas de los médicos y los medicamentos y rechazaba cualquier visita si estaba en cama. Nunca la vi estando enferma, aunque fuera una simple gripe. En esto tenía como un pudor, le parecía humillante que una mujer vital y fuerte como ella tuviera que estar «vencida» en la cama. No creo que una mujer valiente como ella le temiera a nada, ni siquiera a la muerte, pero le espantaban la vejez, no poderse valer por sí misma y los sufrimientos. En uno de nuestros almuerzos (tête a tête) donde nos hacíamos mutuas confidencias y se establecía entre nosotros una gran complicidad, me confesó que deseaba ser enterrada en Ibiza, el sitio que más quería en el mundo, pero que cuando se sintiera mayor e inútil desaparecería sin despedirse de nadie para que sus amigos no la vieran sufrir, decadente, ni presenciaran su fin. No podía consentir que ella, tan glamourosa y siempre tan impecable se la tuviera que recordar vieja y postrada en su lecho de muerte. Recuerdo que me impresionó profundamente su forma de pensar.
Su final fue antes de lo que ella hubiera deseado y sin avisar, pero sí creo como ella hubiera deseado: vestida impecablemente, perfectamente maquillada y a punto de emprender un viaje. Desgraciadamente, el viaje fue diferente al planeado y sin retorno. Nadie podía prever lo que ocurrió.
Unos cuantos días antes de su fallecimiento, hubo una gran fiesta en el campo con motivo del cumpleaños de Antonio Fachini y me llamó para que fuera a recogerla e ir juntos. Almorzamos en la misma mesa con Carlos Martorel y otros amigos y recuerdo que comía de una forma compulsiva y extraña que nos llamó la atención. En la sobremesa dijo que quería irse pronto y sin pedirme que la llevara (cosa rara en ella) desapareció sin despedirse y más tarde Martorell la encontró en la carretera -¡increible!haciendo auto stop. Durante aquella semana hubo varias cenas en casa de amigos a las que ella asistió unos días antes de su fallecimiento y ésta fue la última vez que la vi. Entonces, parafraseando el título de la película de moda «Cuatro bodas y un funeral», se habló de «cuatro cenas y un funeral». Su muerte fue de lo más sorprendente e inesperada, incluso para ella. No dejó testamento de ninguna clase. Ella, en varias ocasiones, me había hablado de sus últimas voluntades, que cambiaba constantemente según soplaran los vientos. Siempre me decía que yo debía dejarle en mi testamento una parcela en Forada y ella me dejaba un cuadro de Elmyr que a mí me gustaba mucho. Desgraciadamente perdí el cuadro y lo que es más grave, a una gran amiga a la que quise mucho y que recuerdo con gran cariño y enorme nostalgia ligada a un tiempo maravilloso e irrepetible. En cuanto a toda la leyenda de que había amasado una fortuna y gran cantidad de joyas, nada de nada; tenía para ir tirando y dejó poca cosa al morir.