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La sal de la vida

Los alumnos de Isidor Macabich visitan la exposición «Les salines de Balears», en la que se muestra la historia de la industria salinera

Los chicos habían estudiado previamente en clase la historia de la sal,que luego repasaron en la muestra.

En la década de los 50, los trabajadores de las salinas de Eivissa llevaban sombreros de paja para que el agua salada no les molestase en los ojos y calcetines de lana y zapato grueso para evitar daños en los pies. Además, cada uno de los canastos de sal que transportaban sobre sus cabezas pesaba 50 kilos. Soportaban el constante resplandor en los ojos de las montañas de sal y aguantaban elevadas temperaturas, porque la recolección se hacía en verano, cuando el agua se evaporaba de los estanques. Estas duras condiciones de trabajo fueron las que más impresionaron ayer a un grupo de adolescentes del instituto Isidor Macabich, que visitaron la exposición «Les salines de les balears. El paisatge inventat», que estos días se puede ver en la sala de cultura de Sa Nostra en Eivissa. «Y además no llevan gafas de sol», se sorprendía ayer uno de los alumnos al ver la forma en la que trabajaban los salineros, que también transportaban las pesadas vías del trenecito que existía en los 60 para llevar la sal.

Estos chicos, que cursan primero de Bachillerato y que visitaron la muestra como actividad complementaria a una asignatura optativa en la que estudian la historia y la cultura de Balears, pudieron seguir la importancia que ha tenido la industria de la sal en las Pitiüses desde tiempos inmemoriales. Los púnicos la utilizaron para conservar los alimentos, un condimento que en la época romana sirvió de moneda de cambio. Se enteraron también de otras curiosidades, como que la sal roja de Eivissa era muy apreciada en las mesas de Lombardía o que este producto ibicenco se ha llegado a vender en Italia o el Magreb.

Unos chicos a los que les costaba atender las explicaciones de la guía de Sa Nostra sin hacer algún comentario gracioso. «Es que estamos en la edad tonta», reconocía una de las alumnas cuando los medios de comunicación intentaban, sin éxito, recabar sus opiniones sobre la exposición. Al final, un documental sobre la Eivissa del año 1962 amansó a las fieras. «¡Cómo mola, qué antiguo!», exclamó una alumna al ver las calles de Dalt Vila y la Marina llenas de gente vestida con trajes de otra época. C. R.

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