Vives en un cuarto piso sin ascensor, la presidenta de la comunidad te ha prohibido que subas la bicicleta porque puedes dañar la pintura de las paredes en el camino, y decides dejarla atada en la farola que está frente al portal.
Tu vida sigue igual durante muchos días y muchas noches, pero una mañana te encuentras con que la bicicleta ya no está. Lo primero que piensas es que te la han robado. Pero luego ves que no fue así cuando, al hacer la denuncia, en la policía te dicen que fueron ellos los que se la han llevado porque estaba mal aparcada.
El binomio farola-bicicleta que tan bien se lleva en tantas ciudades y pueblos del mundo es en la ciudad de Eivissa uno de los puntos regulados por la Ordenanza General de Circulación. En ella se establece «la prohibición de estacionar motocicletas, ciclomotores de dos ruedas y bicicletas, sobre las aceras, plazas para viandantes o zonas verdes públicas, excepto que existan zonas expresamente señalizadas como aparcamiento».
Esta ordenanza fue publicada el 17 de agosto del 2004, y desde entonces, está en vigor en el Ayuntamiento de Eivissa. Por lo que, en el depósito municipal de Sa Coma, entre coches, motos y carritos de la compra, hoy se pueden encontrar al menos medio centenar de bicicletas que sólo verán su futuro en la chatarrería.
Renunciar al pedal
Según el inspector jefe de la Policía Local de Eivissa, Manuel
Ayala, entre los meses de abril y septiembre se recogieron
alrededor de 45 bicicletas de las aceras de la ciudad.
«El problema es que no pueden estacionar si no tienen un apoyo, entonces la gente tiene que dejarlas en farolas o en otros sitios que estorban la circulación y el paso peatonal, por lo que, a veces, tenemos que ir a retirarlas», explicó.
La legalidad se vuelve de esta forma toda una sorpresa para aquellas personas que utilizan este 'vehículo' para circular de forma cotidiana. Enterarse de que fue la policía y no los ladrones los que se llevaron su bicicleta no es más que un producto de la desinformación, y de la falta de zonas de aparcamiento habilitados, ya que también se trata de un vehículo.
Esto también le ocurrió al joven uruguayo Luis Martín Ojeda García, de 27 años, a quien se le perdieron dos bicicletas en menos de tres meses en el depósito municipal de Eivissa. Su historia es la de vivir en un cuarto piso sin ascensor y en una comunidad de vecinos que no quiere que entre la bicicleta dentro del portal. «La primera vez me la robaron y las otras dos me las llevó la policía. La última bicicleta la había comprado como segundo vehículo para mi mujer y me la retiró la policía en una batida. Esa noche, en el barrio desaparecieron muchas bicicletas y después nos enteramos que había que ir a buscarlas al depósito municipal. Pero cuando llegué estaba hecha pedazos: rota la sillita, el guardabarro, el tapacadena; vamos estaba para tirar», aseguró Ojeda, que, según explicó, ese día no le fue posible llevársela: «No sabían cuánto era la multa, y me dijeron que volviera luego. Volví esa tarde, volví a los dos días y seguían sin saber. Lo intenté muchos días después y me dijeron que se habían llevado a otro depósito y que si la quería de vuelta tenía que pagar. Pero lo que tenía que pagar valía más que la 'bici'. A partir de ahí, decidí no comprar bicicletas mientras esté en Eivissa», explicó Ojeda.
Luciana Aversa