Las llevaban nuestras abuelas, nuestros padres... Y es que nunca pasan de moda. Las sandalias menorquinas son uno de los éxitos más consolidados de cada verano. Las hay para todas las ocasiones: de calle, de playa, de excursión... hasta de fiesta. Las más originales, con dibujos o purpurina. Si salimos a la calle y dirigimos la vista hacia abajo, seguramente encontraremos decenas de personas con un par de estas sandalias. Con pantalones cortos, largos, falda, pareo... Nunca desentonan y encantan a la mayoría.
Hace años, las encontrábamos en blanco, negro, marrón... Hoy, además de colores como el rosa, el lila o el verde, las tenemos plateadas, doradas, con purpurina o incluso cascabeles para los más modernos.
María José, dependienta en una tienda que vende estas sandalias, cuenta el gran potencial de este calzado: «Las vendemos a espuertas. Es lo típico que se vende cada verano como lo que más. En esto no hay crisis que valga». Además, como curiosidad, comenta: «Los turistas las compran y piden un bolso o un pantalón que vaya bien con ellas. Así van conjuntados». Justo en el momento en que comenta esto, se acerca una chica con un par que ha cogido del muestrario: «Me las quedo», le dice a la dependienta. «Tengo unas de cada color. Me faltaban éstas», dice enseñando las sandalias, de color verde oliva.
Núria pasea por la calle con su perro. Lleva unas menorquinas blancas: «Son lo más cómodo que hay, pero cuando te acostumbras, porque al principio son como todas las sandalias; duelen». Finalmente, Jorge, un zaragozano afincado en Eivissa que descubrió estas sandalias hace años: «Al principio no me gustaban demasiado, pero las llevaba todo el mundo y me he acabado enganchando. Tengo unas azules, unas blancas y unas negras que me pongo para salir». Pues ya se sabe, toda una pieza de reliquia convertida en moderna. Marina Bonet