Formentera es una isla que en verano llega a tener, entre residentes y visitantes, alrededor de cuarenta mil personas, pero cuando llega el invierno, presenta un aspecto desolador.
La mayoría de los trabajadores de temporada, que se fueron en octubre, por empadronados que estén, no están, y los que llegaron a la isla hace años y están asentados en ella, se van a sus pueblos de origen, pero los formenterenses, aprovechan además estas fechas para viajar ya que sus negocios están cerrados. En definitiva, Formentera es un desierto.
Calles vacías, con sitio donde aparcar para cualquiera, ni un alma paseando, las principales calles en un silencio absoluto, y los parkings disuasorios situados tras la plaza de la iglesia y del Consell, vacíos; en el solar del futuro museo, cuatro coches y uno de ellos lleva abandonado desde hace tiempo, y el superparking, con capacidad para centenares de vehículos totalmente vacío. Ni un vehículo. Ayer media docena de bares y tres lugares en los que se venden prensa abrieron hasta la una y media, luego, cerrazón, Sant Francesc se murió. Pero en Sant Ferran, dos o tres bares, en es Pujols quizás alguno, y en la Mola, el bar que tiene abierto por estas fechas.
La noche
Cada año hay menos gente en Formentera por estas fiestas, vienen los estudiantes a ver a la familia pero luego, y de forma muy rápida, se van. Cuando en la Fonda Pepe sólo hay una veintena de personas por la noche, algo anda mal. Es lo que ya hace casi una década se decía 'el último en salir de la Savina en Navidad que cierre el puerto y tire la llave al mar que en Semana Santa ya la encontraremos'.