Qué no ha tenido que ocurrir en las calles Alt i Retir de sa Penya para que, hoy por hoy, al pasar por un allí, un niño de once años amenace con «rajarte» porque, según dice, ése es su barrio.
Una rápida mirada a la hemeroteca de los últimos quince años arroja sobre esta zona historias de redadas contra clanes organizados para el tráfico de drogas, de incendios en casas utilizadas por heroinómanos para pincharse, algún asesinato, viviendas asaltadas, obras para tapiar casas que eran eventualmente ocupadas por toxicómanos, juicios para muchos de sus habitantes con penas de 3 a 9 años por narcotráfico, y constantes intentos por parte de las autoridades y fuerzas de seguridad para controlar una situación que incluso les llevó a imponer un cerco policial en dos ocasiones.
Pero la historia de esta degradación empezó mucho antes, justo con la entrada de Eivissa al mundo turístico en la década de los 70. Por entonces, el aumento del nivel de vida hizo que sus habitantes originarios, pescadores y trabajadores del mundo rural, comenzaran a dedicarse al sector de los servicios y mejoraran su economía. Esto provocó un traslado masivo de los habitantes de sa Penya a los nuevos edificios del Eixample y supuso el inicio del proceso de envejecimiento de la población residente y del deterioro del patrimonio construido.
Según la enciclopedia de Eivissa y Formentera, las casas libres comenzaron a ser «ocupadas por contingentes de inmigrantes de más bajos recursos y diferentes costumbres que, a su vez, provocaron la salida de los últimos residentes ibicencos mientras iban desapareciendo, a causa del proceso biológico, los mayores que vivían en el barrio».
«La salida rápida de los habitantes originales será la desgracia de sa Penya porque quedarán muchas viviendas vacías», determina el presidente del Institut d'Estudis Eivissencs (IEE), Marià Serra.
Según Serra, este cambio de residencia de los habitantes de sa Penya «coincidirá con un efecto llamada para mucha gente de la península atraída por el trabajo en el sector de los servicios y, entre ellos, un sector de etnia gitana que ocupará aquellos barrios porque eran más baratos». Un caso concreto, el de la entrada de la etnia gitana a sa Penya, que fue, sin embargo, una iniciativa de la iglesia.
Según recuerda Serra, «muchos grupos étnicos vinieron a isla movidos por el deseo de mejorar su condición de vida y a ver si eran capaces de integrarse». En ello participó un sacerdote de la orden de las Carmelitas Descalzas de Sant Elm que buscaba «mejorar la situación de aquel grupo para que se integrasen en la Eivissa que entraba en el mundo de los servicios y con una economía en desarrollo». Fue Fray José de la Cruz, un sacerdote que lo hizo como «una obra del postulado», según Serra, y «con toda la buena intención del mundo». «Por tanto los trajo a un lugar que sus condiciones económicas le permitían, que eran las casas de sa Penya. De este primer grupo mucha gente se ha integrado perfectamente, pero estas cosas tienen un efecto llamada, y aquellos que no lo lograron comenzaron a formar parte del mundo de la distribución de la droga».
La gran desconocida
Para el presidente del Institut, Sa Penya es la «gran desconocida de la ciudad de Eivissa». «Es difícil el acceso no sólo por la fama sino por la realidad, porque es un lugar donde se venden sustancias estupefacientes y porque la delincuencia se ha apoderado de que barrio». Para Serra, «ha sido la sociedad ibicenca la que ha abandonado un barrio y lo ha dejado a su suerte», a medida que los propietarios dejaban «sus propiedades, algunos, porque el valor de sa Penya en este momento es muy pequeño, y otros, porque tienen sus casas ocupadas y no se atreven a tomar medidas decididas de tipo legal por temor a sus ocupantes», destacó el presidented el Institut, antes de asegurar que el Ayuntamiento de Eivissa, a través de los años, también «se ha visto superado por esta degradación tan rápida y no ha tenido capacidad de respuesta a un problemática y las actuaciones han sido siempre parciales».
Un gasto excesivo
El concejal de Núcleo Histórico del Ayuntamiento de Eivissa, Marc Costa, explica que este barrio y, en concreto la zona más conflictiva, la manzana que comprende las calles Alt i Retir, «está generando un gasto excesivo a la administración pública permanentemente: un gasto de mantenimiento, de especial vigilancia, de especial recogida de residuos». «Luego no podemos obviar la realidad social que impregna esta manzana que para los servicios sociales del ayuntamiento también significa un gasto continuado, con un edificio dentro del barrio, con un trabajo fundamental enfocado a la problemática de sa Penya, que arroja unos resultados que indican que hay que intervenir», asegura el edil haciendo referencia al proyecto de expropiación que el Consistorio tiene para las 44 viviendas ubicadas en estas dos calles y que estará acompañado por el trabajo de la concejalía de Bienestar Social, debido a que esta manzana alberga a 60 habitantes agrupados en quince familias, que en su mayoría no pueden demostrar su relación de arrendamiento con los propietarios originales.
Asimismo, Costa recordó que el proyecto está en una «fase primigenia», debido a que la expropiación forma parte del nuevo plan de ordenamiento urbano que aún debe aprobar el Consell. «Pero no podemos obviar que hay que atacar el problema desde el corazón», concluyó el edil.
Según el presidente del Institut d'Estudis Eivissencs (IEE), Marià Serra, si bien «sa Penya nunca fue un ejemplo de salubridad porque no había alcantarillado ni evacuación de aguas pluviales y fecales, antes de los años 70 estaba en perfecto estado de revista». «Recuerdo perfectamente como se hacía la limpieza de sa Penya, siempre estaban las calles limpias, las casas blancas, y la colaboración ciudadana era básica y fundamental. Ahora, eso cambió cuando cambiaron los habitantes y las normas de convivencia», apuntó Serra, acerca de uno de los aspectos que trae «gastos especiales al Ayuntamiento», según el concejal Marc Costa, ya que son necesarias intensas y reiteradas actuaciones de limpieza en la zona.