CONCHA ALCÀNTARA
Vicente viajó desde Eivissa a Palma con el mismo riñón de un donante fallecido que horas después le trasplantaron en el hospital Son Dureta. Pablo no dudo un momento cuando el médico le planteó la posibilidad de donarle el riñón a su mujer. Soledad cumplió su promesa de volver a Eivissa y besar el suelo, vestida de blanco, con una trenza tras el doble trasplante de riñón y corazón. Son historias de trasplantados que han dado y recibido el regalo más preciado: el que les permitirá prolongar la vida.
En una comunidad como la de Balears y un país a la cabeza de donaciones de órganos, este año no se ha producido aún ninguna extracción de órganos en Eivissa y la lista de espera sigue siendo larga. A la espera de un riñon hay 22 personas pero la lista aumenta y no se incluyen los que esperan en Barcelona o Madrid, cerca del hospital donde se va a producir el trasplante, como fue el caso de Isabel y Pablo, o Soledad, que residieron una temporada en Barcelona. Soledad durante dos años.
Desde 2003
La otra cara de la historia tiene una pieza fundamental: los donantes. Los pacientes se han de trasladar fuera de la isla para someterse al un trasplante pero Can Misses realiza extracciones de órganos desde 2003. Desde ese año ha habido 22 donantes de órganos de los que se han beneficiado más de un centenar de personas que necesita un riñón, un hígado, un corazón o un pulmón. A estos hay que sumar las donaciones de tejidos por pacientes que no han de fallecer por muerte encefálica como los de órganos. Este año sí se han producido donaciones de córneas y huesos, pero no de órganos. ¿Las causas? Una de ellas es que hay menos traumatismos cranoencefálicos, primera causa de muerte encefálica, y más accidentes cerebrovasculares. Pero los números fluctúan y hay muchas circunstancias que determinan que no haya una donación. Las negativas familiares y que los órganos del posible donante, ya con el consentimiento familiar, no estén en condiciones para un trasplante suponen el 50% de la pérdida de las donaciones
La donación de órganos se plantea en la entrevista familiar en la que se le comunica que el paciente ha fallecido, necesariamente por muerte encefálica. «No hay ninguna igual de las 44 o 50 que hemos hecho estos seis años. Hay familias que lo tienen muy claro porque en vida ya lo dijo la persona. Hay otras en las que la gente se cierra en banda y es el no porqué no. Intentas revertir la situación», subraya el coordinador hospitalario de Trasplantes de Can Misses, Eduardo Escudero, que forma el equipo junto a los enfermos y coordinadores adjuntos, Moisés Ros y Marta Lamua.
Información
Muchas familias de donantes y trasplantados quieren disponer de más información pero es confidencial. «Le pregunté al cirujano, porque necesito tener una imagen», dice Soledad de su donante, un chico muy joven que falleció en accidente. «Interiormente le he dado las gracias a la familia de su donante, porque si no es por ellos no estoy». Confiesa que «le hubiera gustado conocer a la familia pero entiende que hay que respetar el anonimato». El destino determinó que Vicente Costa supiera la identidad de su donante, ya que su riñon viajaba en el mismo avión que Costa para el trasplante.
Una vez trasplantados, muchos son reacios a hablar de esa experiencia que les ha marcado su vida. La delegada de la Asociación de Lucha contra las Enfermedades Renales de Eivissa, Antonia Prats, lamenta que muchas personas trasplantadas optan por pasar página de los años de espera de un órgano y no participan en las actividades que organizan: «Se han de concienciar de la importancia que tiene la donación. Hay poca sensibilidad». La presidenta de Alcer en Balears, Manuela de la Vega, comparte esta opinión: «Una vez que están trasplantadas quieren olvidarse y no figurar en ningún sitio. No lo entiendo pero tenemos que respetar todas las decisiones». Sin embargo, no es el caso de Soledad que se presta a ayudar a todos los que estén pasando por ese trance. «Me encantaría ayudar dando ánimos. En Barcelona fui a hablar con dos personas esperando un trasplante de corazón que estaban muy hundidos», recuerda.
Soledad donó el corazón que le quitaron. Vicente Costa no podrá hacer lo mismo con su riñón trasplantado porque no está en condiciones para ser trasplantado pero sí que tiene claro que si tuviera la posibilidad de decidir sobre la donación de un órgano de un familiar suyo no lo dudaría ni un instante: «Tengo una hija y ojalá que nunca le pase nada pero si ocurriera yo quería que donara porque a mí también me han dado. Es el regalo más grande que te pueden hacer».
Eduardo Escudero
Coordinador de Trasplantes de Can Misses
La entrevista familiar forma parte de los cursos de coordinación sobre trasplantes. «La labor de coordinación no es sólo la solicitud de órganos sino la de apoyar a la familia en el fallecimiento del ser querido pero, además, hay que pensar en los posibles receptores de órganos. La obligación y misión es solicitar los órganos», subraya el coordinador. Escudero recuerda con emoción el caso de una negativa familiar: «Tuvimos el caso de una niña alemana, de cinco años, con un padre médico y madre enfermera, que estaba de vacaciones y se ahogó». El clima en la UCI era desolador. «La niña estaba muerta pero con buen aspecto porque se hacía un mantenimiento de los órganos. Lo pasamos muy mal. El padre tenía claro que quería que fuera donante pero la madre no y cuando estaba convencida dijo que no. Fue más emotivo porque el padre quiso desconectarla del respirador y nos dieron las gracias por lo que hicimos pese a que su hija había fallecido. Fue paradójico porque siendo profesionales sanitarios y entiéndolo fue una negativa familiar». La insularidad es otro de los problemas: «En la península es más fácil porque si hay un donante en Valladolid, desde Madrid van en ambulancia y se ponen en hora y cuarto», comenta.
Pablo Jiménez
Donó un riñon a su mujer
Pablo recorre 15 kilómetros diarios sin un riñón que le dono a su mujer Isabel en abril de 2006. Ambos en la imagen superior. Isabel estuvo cinco años en diálisis y «no recibió ni una llamada para trasplante, a veces te llaman para segunda o tercera opción, pero a ella ni una sola vez», recuerda. Su situación se complicó llegando a padecer incluso un ictus cerebral. «Nos apuntamos a la lista de espera de un trasplante en Palma y después nos recomendaron Barcelona», recuerda Pablo, que siempre habla en plural acerca de la dolencia de su esposa. Habla maravillas del Hospital Clínico de Barcelona donde se hizo el trasplante. En el Clínico surgió una posibilidad que hasta ahora no se había planteado: un donante vivo. Su mujer rechazó inicialmente la idea. «Me dijo que no, que esperáramos», pero no le hizo caso. Recuerda que la operación «fue muy bien y a los tres días me dieron el alta». Pablo compara su operación en la que le extrajeron el riñón a la de una muelas, «me operaron de menisco y lo pasé peor», precisa. Recomienda a quien le surja la oportunidad de donar en vida que no lo dude y lo haga. «Es una satisfacción personal. Tú te sientes mejor, la operación es una tontería y le das vida a una persona».
Soledad Almeida
Doble trasplante de corazón y riñón
Hace 15 años empezó a tener problemas serios con el riñón que se complicó con el corazón. Tuvo que estar dos años viviendo en Barcelona esperando a un donante. «Era una ruina. Tenía que ir en taxi a todas partes porque estaba a punto de entrar en código cero». Hace cinco años le trasplantaron después de tres años y medio de diálisis. En una de esas sesiones agotadoras de diálisis, nueve horas conectada, recibió la noticia de un posible donante. De camino al hospital, llamó «a las personas que quería» y pudo despedirse de sus hijos que acaban de llegar de Eivissa. Entró en el quirófano cantando y haciendo la señal de victoria. Pese a la operación tan delicada que sufrió y una posterior recaida, Soledad recuerda con felicidad aquellos momentos: «Tenía un sentimiento de alegría muy grande». «Tengo vida que antes no la tenía», confiesa. De su donante se refiere como «mi hermano de corazón, forma parte de mí y habló con él, le digo que le cuido el corazón». «Es el regalo más importante que me han hecho en mi vida. Me han dado vida». Esta mujer vitalista y optimista, defiende el testamento vital. Ella lo tiene claro: «No quiero que me mantengan artificialmente, que sea una carga para mis hijos cuando ya no vale la pena; eso es malvivir y sufrir». Ahora prepara un viaje con unas amigas a Madrid para ver la exposición de Sorolla.